El camino de vuelta a casa fue tranquilo, porque Lucía no siguió insistiendo tanto con lo de Pyra y su short ajustado. Y, si bien hizo un comentario más que no voy a mencionar ahora, no me sorprende, ya que siempre ha sido boca sucia al hablar. Aunque el que lo haga con esta forma de ni?a me descoloca un poco.
Mientras avanzábamos por el bosque, no podía sacarme de la cabeza la idea de las partículas como una mente colectiva. ?Qué tan inteligentes podían ser? ?Hasta dónde podían llegar si seguían evolucionando? Pensar en eso me ponía nervioso, pero también me emocionaba. Si podía entenderlas, tal vez podría usarlas para algo más grande. Algo que Sariah estaría mirando desde su espacio interdimensional, probablemente con una expresión indescifrable.
"?Ya llegamos!" Exclamó ella de repente, se?alando la casa con un dedo.
La puerta principal estaba entreabierta, y desde el pasillo se escuchaban las voces de Aya y Suminia discutiendo algo sobre unos peces.
"Esperá", le dije a Lucía, frenándola con una mano en el hombro antes de que diera otro paso hacia la casa.
"Mejor vayamos a la huerta primero. Quiero ver cómo están papá y mamá con lo de las plantas".
"?Y si ya no están ahí?"
"Entonces voy a tener que inventar una excusa por habernos escapado".
Ella me miró con una ceja levantada, como si sospechara que estaba evitando algo, pero asintió.
"?Bueno! Igual quiero ver si Pyra sigue enojada".
"Vos querés ver el mundo arder, ?eh!"
"?Yo? Si solo soy una ni?a inocente que no le hace mal a nadie..."
Solté una risita corta.
"Claro, claro... Mejor vamos".
Caminamos por la playa, rodeando la casa para no pasar por la puerta. No tuvimos que acercarnos mucho para saber que ellos sí estaban ahí, porque las voces de Rin y Rundia no sonaban precisamente felices.
"?...y ahora qué hacemos con esto?" Decía Rin.
"Esto no se suponía que era lo que íbamos a hacer".
"Ya sé, pero esas dos no paraban de pelear. Si no fuera por eso, esto no estaría así", respondió Rundia, más resignada que enojada.
Fruncí el ce?o mientras aceleraba el paso, con Lucía siguiéndome de cerca. Cuando llegamos a la huerta, la escena me dejó con la boca abierta por un segundo. Los árboles de papaya seguían ahí, altos y sin frutos, pero ahora había algo nuevo: una cantidad absurda de acelgas crecidas, con hojas verdes y brillantes que se extendían por la tierra como si alguien hubiera decidido convertir el lugar en una selva de verduras... Bueno, tampoco tanto, pero sí era imposible que eso fuera natural. Otra vez el agua mágica, seguro.
Rin estaba de pie con los brazos cruzados, mirando las acelgas como si fueran un enemigo personal. Rundia estaba agachada en cuclillas a su lado, arrancando una hoja con cara de no saber qué hacer con ella. Ni Pyra ni Mirella estaban a la vista, lo que ya me daba mala espina.
"?Qué pasó acá?" Pregunté, acercándome con Lucía pisándome los talones.
Rin giró la cabeza hacia mí, y su expresión no era precisamente amigable.
"?Que qué pasó? Tus amigas armaron un lío, eso pasó".
Rundia se puso de pie, sacudiéndose las manos.
"Pyra y Mirella se pusieron a discutir de la nada. Parece que Pyra dijo que no había que hacerte caso, que regar con el agua mágica era mejor idea. Mirella insistió en que sí tenías razón y que había que parar de regar".
Qué increíble que Mirella haya dicho eso, porque hasta hace un rato quería tirarle mucha agua mágica a las papayas. Me parece que se influencia mucho por mis palabras, aunque eso no sería una novedad.
O tal vez solo le llevaba la contraria a Pyra por querer llevarme la contraria a mí.
"?Y cómo terminaron las acelgas así?" Pregunté, se?alando todo lo verde que teníamos enfrente.
"Se pelearon por la cosa esa que se llama regadera", explicó Rin, frotándose la frente como si le doliera la cabeza.
"Se la empezaron a sacar una a la otra, y al final el agua se derramó sobre las semillas que habían plantado. Esto es lo que salió".
Lucía soltó una risita detrás de mí, tapándose la boca con las manos.
"?Son unas tontas!"
"No te rías, que esto es serio", le dijo Rundia, aunque se le escapó una sonrisa chiquita.
"Ahora tenemos un montón de acelgas que ni sabemos si se pueden comer".
"A ver..."
Me acerqué a las plantas, agachándome para mirarlas de cerca. Las hojas eran grandes, quizás más grandes de lo normal. Era como si el agua hubiera decidido que, ya que estaba derramada, iba a hacer crecer la planta todo lo que pudiera. Pensé en lo que Lucía y yo habíamos hablado en el arroyo: las partículas evolucionando, mezclándose con la naturaleza, aprendiendo. Esto era otra prueba de eso, aunque no estaba seguro de si me gustaba el resultado.
Qué sé yo... Si solo la acelga son hojas, entonces podríamos probar y ver si son comestibles, lo cual haría verdadera nuestra teoría de que las partículas se preocupan por nosotros.
Me puse de pie y sacudí mis manos.
"No pasa nada. A la noche las hervimos y las probamos para ver si son comestibles".
Rundia me miró como si me hubiera vuelto loco.
"?Probarlas? ?Y si te hacen mal?"
"Na, no creo. El agua mágica es buena".
"Pero, hijo..."
"Mamá, es raro que justo vos no te hayas dado cuenta".
"?De qué cosa?"
Levanté un dedo, cerré un ojo y me incliné un poco hacia Rundia, bajando la voz como si estuviera compartiendo un secreto importante.
"?En serio no te diste cuenta, mamá? Esto es una bendición que nos envió Adán para que podamos vivir tranquilos después de tantas desgracias".
Ella parpadeó varias veces seguidas, y él frunció el ce?o, pero no dijo nada todavía. Yo seguí, manteniendo el tono conspirador.
"Piénsenlo. Después de todo lo que pasó con el tsunami, el volcán, la muerte de Anya... ?Y justo ahora las plantas comienzan a crecer de repente? Esto no es casualidad. Adán quiere que vivamos tranquilos, que tengamos comida. Es un regalo de él, como cuando llegó de la nada el agua mágica a curarte de tu herida, mamá".
Por dentro, estaba conteniendo una carcajada. Sabía que era una excusa barata, un truco malvado para convencerlos usando algo en lo que ellos creían ciegamente, especialmente Rundia. Ella era la que siempre hablaba de Adán como si fuera el gran salvador de este mundo, la que se ponía como loca si alguien siquiera insinuaba algo en contra de él. Yo no creía en eso, claro. Para mí, la única que tenía poder real era Sariah, la que me trajo acá y me dio esta segunda vida. Pero si mencionar a Adán iba a hacer que dejaran de preocuparse por las acelgas, entonces lo iba a usar sin dudar.
Rundia abrió los ojos de par en par, y su expresión cambió de golpe. Era como si una luz se hubiera encendido detrás de sus ojos marrones.
"?Una bendición de Adán?" Murmuró, llevándose una mano al pecho.
"?De verdad piensas eso, hijo?"
"Obvio. Miren cómo crecieron. No es algo que pase todos los días. Tiene que ser cosa de él para ayudarnos".
Rundia se quedó callada un segundo, mirando las acelgas como si las viera por primera vez. Luego, de repente, soltó un grito de alegría que me hizo dar un paso atrás.
"?Es verdad! ?Adán nos está bendiciendo otra vez! ?Cómo no lo vi antes! Esto es increíble, un regalo después de tanto sufrimiento... ?Tenemos que estar agradecidos!"
Rin me miró de reojo, todavía con el ce?o fruncido. Sabía que cuando Rundia se ponía así, no había forma de discutirle.
Ella siguió, dando un paso hacia las acelgas y tocando una hoja con una reverencia que casi me hace reír.
"Y todo gracias a Pyra también", agregó, girándose hacia mí con una sonrisa enorme.
"Si no fuera por ella, esto no habría pasado. Al final, su idea de usar el agua mágica fue lo que trajo este regalo. Ya no la voy a ver como alguien mala. ?Ella debe ser alguien muy buena, estoy segura!"
Rundia ya estaba arrancando hojas con un entusiasmo que no le había visto en mucho tiempo, murmurando algo sobre cómo iba a cocinarlas. Yo aproveché para mirar a Lucía, y le hice un gesto con la cabeza para que me ayudara a juntar más acelgas.
Mientras cargábamos las hojas bajo el brazo, me quedé viendo a Rundia un rato. Estaba radiante, con una felicidad inmensa que le salía de los poros. Sus manos temblaban un poco de emoción mientras arrancaba las acelgas, y su sonrisa era tan grande que casi no le cabía en la cara. Por un segundo, me sentí bien de verla así, como si realmente hubiera hecho algo bueno por ella. Pero entonces, me invadió un poco la culpa.
Esto era una mentira. Una mentira piadosa, sí, pero mentira al fin. Rundia estaba tan feliz porque creía que Adán nos estaba cuidando, pero yo sabía la verdad: esto no tenía nada que ver con su dios. Era cosa de las partículas, de Sariah, de este mundo mágico que ella no entendía. Y si algún día se enteraba, si algún día la verdad sobre Sariah salía a la luz y Rundia descubría que le había mentido... ?Qué iba a hacer? ?Cómo iba a mirarla a la cara después de hacerle ilusiones falsas? Ella, que me había criado con tanto cari?o, que confiaba en mí incluso cuando dudaba de todo lo demás. Sentí un nudo en el estómago, y por un momento, mis manos se detuvieron sobre una hoja.
"?Qué pasa, hermano mayor? Estás raro".
"Nada", mentí, sacudiendo la cabeza y forzando una sonrisa.
"Solo estoy pensando en cómo vamos a hervir todo esto. Tal vez deberíamos dejar algo para los días siguientes".
"Claro..."
Ella no parecía muy convencida, pero no insistió. Siguió juntando hojas, tarareando algo bajito mientras yo intentaba sacarme esa sensación de encima. No era el momento de ponerme a darle vueltas a eso. Había funcionado; Rundia estaba contenta, Rin no estaba protestando demasiado y teníamos mucha comida para probar. Además, ellos dos ni siquiera se dieron cuenta de que nos habíamos ido solos al arroyo.
"Bueno... Vamos llevando estas hojas a casa. Después vemos si Pyra y Mirella vuelven".
Rin me miró.
"Pyra se fue para el bosque; estaba diciendo que no necesitaba escuchar a nadie. Mirella salió volando detrás de ella".
"Ya las voy a encontrar después. Por ahora, a casa".
Mientras volvíamos por la playa, con el sol ya casi perdido en el horizonte, no podía evitar mirar a Rundia de reojo. Si algún día se enteraba de la verdad, no sabía cómo iba a explicarle que todo esto había sido un enga?o para mantenerla tranquila.
Por ahora, solo podía seguir adelante y esperar que ese día no llegara nunca.
***
Han pasado cuatro días desde el gran descubrimiento. Durante ese tiempo me estuve dedicando a quitar todo el muro que había construido para retener la lava, a enviar toda la ceniza hacia la cueva que era del Rey Demonio y a renovar absolutamente toda la tierra de la zona quemada, enviando toda la superficie inservible hacia lo más profundo y trayendo hacia arriba la tierra que sí estaba buena.
Todo fue un proceso duro y lento, pero finalmente pude terminar todo. Gracias a la magia, obviamente.
Mientras caminaba por la playa y cargaba un balde con semillas, no pude evitar pensar en cómo habían cambiado las cosas desde aquella noche en la huerta. Las acelgas, esas que Pyra y Mirella habían regado por accidente con el agua mágica, resultaron ser un éxito, porque las hervimos esa misma noche y nadie tuvo ni un dolor de panza, ni un malestar, nada. Eran totalmente comestibles, con un sabor suave pero rico, como si las partículas hubieran sabido exactamente qué hacer para que nos sirvieran. Desde entonces, hemos estado usándolas en grandes cantidades para acompa?ar la comida.
Hasta Suminia, que siempre está buscando algo en contra de Pyra, dijo que le gustaban. Un punto para las partículas que ellos no conocen, supongo.
La convivencia con Pyra también dio un giro inesperado. El primer día fue un desastre, con ella refunfu?ando por todo y terminando en una pelea con Mirella, pero ahora las cosas están... diferentes. No es solo porque Rundia la trata como si fuera su mejor amiga de toda la vida, agradeciéndole cada dos por tres por 'traer el regalo de Adán', sino que ella también está queriendo cambiar. Ayer, por ejemplo, vino caminando hacia mí mientras yo estaba revisando la tierra renovada, con los brazos cruzados y esa cara de 'no es que quisiera venir aquí por mi cuenta' y me contó que ya guardó el paraguas en su habitación y que se sentía 'aburrida' luego de quitar las ramas del arroyo, así que me preguntó si quería que ayudara en algo más.
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Básicamente, todo este balde lleno de semillas de todo tipo que traigo en la mano lo llenó ella, aunque la mayoría de semillas ya las había separado yo y dejado en mi habitación.
Esa es Pyra, supongo. Todavía tiene ese ego del tama?o del volcán, pero al menos pregunta en vez de quedarse sin hacer nada.
Por cierto, no la he hecho usar su magia de fuego todavía, y no es porque no se me ocurra cómo aprovecharla, sino que Mirella me dejó clarísimo que ella es la encargada de las fogatas, que es lo primero que se me ocurrió al pensar en una utilidad sencilla para el fuego.
Lo único que me molesta es que Aya y Pyra se estén ignorando. Prácticamente no las he visto conversar... Supongo que habrá que darles tiempo para que arreglen sus diferencias. Con un poco de ayuda mía, obviamente.
Al llegar a la zona sin vegetación, miré alrededor, viendo cómo lo que antes era un desierto de cenizas ahora empezaba a verse un poco más vivo. Todavía no había plantas, claro, pero la tierra estaba lista. Con un poco de paciencia y agua mágica, esto podía convertirse en algo grande. Un bosque, como le había dicho a Lucía. Algo que empezara a borrar las cicatrices que había dejado la erupción del volcán.
Cualquiera podría pensar que yo no tenía ninguna necesidad de hacer todo esto, que podía tranquilamente haberme ido de esta isla hace días. Hoy mismo, incluso. Podía haber agarrado a mi grupo, Aya, Mirella, Pyra, Lucía, a todos los que quisieran venir, y haber dejado de una vez por todas este pedazo de tierra ubicado en el culo del mundo, dejando que Tariq, Fausto, Harlan y los demás se las arreglaran solos para sobrevivir entre las cenizas y el desastre del tsunami.
Nadie me obligaba a quedarme, a estar removiendo tierra, oler ceniza y traer semillas para empezar de nuevo. Podría haberme largado y listo.
Pero no era así. No era yo. Nunca me gustó dejar las cosas a medias, menos ahora que sabía cuál era mi objetivo en este mundo. Sariah me había traído acá por una razón: hacer que este lugar avanzara, que dejara de ser un páramo prehistórico donde todos luchaban por no morirse de hambre o ser comidos por un animal salvaje. Si me iba, estaría dándole la espalda a eso, a ella y a mí mismo. No podía hacerlo. Cada pedazo de tierra que renovaba, cada semilla que plantaba, era un paso hacia algo más grande. Un futuro que valiera la pena. Y aunque a veces me agotaba, aunque el sudor me corriera por la espalda y mi mente se cansara de tanto usar magia, valía la pena. Porque si no lo hacía yo, ?quién carajo lo iba a hacer?
Hoy mismo debía hablar con todos sobre el plan. Había estado dándole vueltas a eso desde que Mirella me dijo que estábamos en una isla, y más cuando Aya me dijo que había venido del otro lado del agua...
Era el plan de escape, como lo llamaba en mi cabeza. Aunque no era exactamente huir, sino avanzar.
"?Cuándo empezamos a plantar?" Preguntó Pyra.
"A-Ah... Ahora".
No solo estaba Pyra a mi lado, sino también Rundia, Rin, Lucía y Mirella, que ya tenía lista su regadera con agua mágica. Aya y las gemelas se quedaron cazando algunos peces, aunque también les dije que intenten investigar cómo andan las demás familias. Para ver si siguen bien y eso.
Lo único que puedo asegurar del estado de los demás es que todos los que tenían casas se volvieron a las cuevas, ya que se deben haber destruido por completo, al igual que sucedió con la nuestra.
Agarré un pu?ado de semillas del balde y las levanté para que todos las vieran, sintiendo cómo se mezclaban entre mis dedos.
"Escuchen bien", dije, mirándolos uno por uno.
"Acá hay de todo: semillas de bayas moradas, rojas y verdes, también de papaya, tomate, manzanas rojas, na?as y mandarinas. Planten donde sea, pero quiero que estén bastante separadas. No se metan en el lugar donde está plantando otro. Solo tírenlas al suelo y échenles un poco de tierra encima, nada más. No se demoren mucho con cada una o no vamos a terminar nunca".
"?Y por qué tienen que estar plantadas tan separadas?" Preguntó Rin.
"Porque tenemos semillas de árboles, y si plantan los árboles tan cerca, se van a chocar entre sí".
"Ah, claro. Los árboles son grandes".
Lo cierto era que ese solo era el motivo que ellos podían comprender fácilmente, ya que, si uno plantaba muy cerca entre sí todas estas plantas que hacían crecer frutos, los nutrientes del suelo iban a acabarse con facilidad. Siempre suponiendo que el agua mágica no genere nutrientes de la nada, porque ese ya sería otro tema. Hasta ahora desconocemos prácticamente todo su funcionamiento interno.
"Ahora voy a repartirles las semillas".
Le pasé el primer pu?ado a Rundia, luego a Rin, Pyra y Lucía, guardando el balde conmigo para ir plantando mientras los miraba. Me quedé un paso atrás, con el balde en una mano y dos semillas en la otra, observando cómo las movilizaban entre sus manos.
"?Todos a plantar!"
Todos asintieron, algunos con más entusiasmo que otros, y se pusieron manos a la obra. Yo empecé a caminar en paralelo al área con vegetación, buscando mi propia zona, mientras tiraba semillas al suelo y les echaba tierra con el pie. Después las pisaba un poquito, como para asegurar que se hundieran.
Cada tanto levantaba la vista para ver cómo iban, asegurándome de que no se chocaran entre sí.
Rundia y Rin, como siempre, estaban demasiado cerca uno del otro. Ella esparcía las semillas con cuidado, manteniendo una sonrisa en su rostro. Rin, en cambio, las tiraba con fuerza, como si quisiera terminar rápido, y sus zonas se cruzaban todo el tiempo. Cada tanto se miraban, pero no decían nada, solo seguían trabajando en su caos compartido.
Lo bueno de esta zona era su planicie; al ser el lugar más cercano al volcán, toda la superficie estaba casi al nivel del mar, y luego iba en aumento al ir hacia el centro de la isla y también hacia el volcán, aunque este era bastante empinado.
Lucía estaba en su mundo, corriendo de un lado a otro y tirando semillas como si fuera una granjera loca. Algunas caían a metros de donde apuntaba, pero al menos no se metía en el espacio de nadie.
"?Hey, hermana menor! ?Tenés que ponerle un poquito de tierra por encima!"
Ella se detuvo para mirarme.
"?Ya vas a ver que sí sirve esta forma de plantar!"
Parece que me lo estaba haciendo a propósito. Pero bueno, me sacaba una sonrisa verla así, tan despreocupada.
Pyra, en cambio, era otra cosa. Me impresionó desde el primer segundo. Sus ojos rojos recorrían el terreno con una precisión que no le había visto antes, como si estuviera calculando cada paso. Miraba dónde plantaban los demás, analizaba los espacios libres y se movía con una calma que contrastaba con su ego habitual. Tiraba de a una semilla con un gesto rápido, cubriéndola con tierra como si lo hubiera hecho toda la vida. No como Rundia y Rin, que estaban amontonando todo sin darse cuenta. Pyra parecía más... inteligente. Buscaba su propia zona bien lejos, asegurándose de no cruzarse con nadie, y cada movimiento suyo parecía planificado. Me quedé mirándola un rato, admirando cómo se las arreglaba tan bien sin que nadie le dijera nada.
Pasó el tiempo y noté que Mirella no estaba regando como debería. En vez de eso, flotaba a mi lado, siguiéndome como una sombra con esa regadera en las manos, y cada vez que cambiaba de dirección, ella ajustaba su posición para no perderme de vista.
"?Por qué me estás siguiendo así?" Pregunté, girándome hacia ella mientras dejaba caer una semilla más y las cubría con tierra.
Ella parpadeó, como si la hubiera agarrado desprevenida, y luego ladeó la cabeza con una sonrisa traviesa.
"?Por qué observas tanto a Pyra?"
Me quedé quieto un segundo. ?Tanto se notaba? No era que estuviera mirándola por algo raro, solo estaba... sorprendido por lo bien que lo hacía. Pero claro, con Mirella, cualquier cosa que tuviera que ver con otra mujer y yo iba a terminar en uno de sus comentarios acosadores.
"No la estoy observando tanto. Solo estoy viendo que todos hagan lo que les pedí. Y vos deberías estar regando, no pegada a mí como si fuera a escaparme".
"A mí me parece que le prestas más atención a ella que a mí", murmuró.
No pude evitar que se me escapara una sonrisa ante su tono celoso.
"Mirella, vos tenés el agua mágica. Lo que hacés es clave para que esto funcione. Necesito que te concentres en regar las semillas, no en lo que estoy mirando yo".
"?Pero es más divertido estar contigo!" Protestó ella, flotando más cerca y haciendo que la regadera se tambaleara un poco.
"Mirella, en serio... Tenés que ir a regar todo el lugar o no vamos a terminar más".
Ella suspiró con un dramatismo que solo ella podía alcanzar.
"Está bien, está bien... Voy a regar la tierra".
"Listo entonces".
"Pero no te vayas lejos, ?eh? Quiero tenerte cerca por si pasa algo raro".
"Tranquila, no me muevo de acá".
Ella se fue volando hacia la zona donde habíamos comenzado a plantar, y yo la seguí con la vista por un momento. Mirella podía ser un torbellino de emociones a veces, pero sabía que en el fondo solo quería sentirse parte de todo esto.
Miré a Pyra de reojo; ahora estaba agachada, colocando una semilla con concentración. Su cabello rojo caía sobre un hombro y más allá, y la luz del sol le pegaba en la cara, haciendo que sus cuernos morados brillaran un poco.
Sí, lo estaba haciendo bien. Mejor que bien, en realidad.
Volví a mi tarea, dejando caer más semillas y cubriéndolas con tierra, pero al cabo de unos instantes, miré hacia donde estaba Mirella. Ahora sí estaba trabajando en serio, regando las semillas con cuidado.
Casi de inmediato vi cómo peque?os brotes verdes comenzaban a asomar. Las plantas emergían de la tierra a una velocidad imposible, algo que en este momento solo la magia podía lograr.
No era solo una planta o dos; era todo el terreno que Mirella estaba regando. Bayas, papayas, tomates… lo que sea que hubiéramos plantado, estaba brotando a una velocidad que me ponía la piel de gallina.
"?Luciano, mirá eso!" Gritó Lucía desde abajo de un árbol, saltando como loca mientras se?alaba el suelo bajo ella.
Corrí hacia donde estaba, esquivando a Rin y Rundia, que también habían parado para mirar. Cuando llegué, me quedé viéndolo. Un árbol de mandarinas perfectamente formado ya tenía como tres metros de altura y, aunque no había frutos todavía, la rapidez con la que había crecido era absurda. Miré a mi alrededor: había arbustos bajos, árboles y tomateras, siendo estas últimas las menos resistentes al no tener un soporte.
"Esto es una locura…"
Las partículas mágicas estaban haciendo de las suyas otra vez, y aunque ya lo había visto con las papayas y las acelgas, esto era diferente. Era algo más grande.
Rundia se acercó a nosotros.
"?Es increíble! ?Adán nos está bendiciendo otra vez, hijo!"
Sonreí por reflejo, aunque el nudo de culpa en mi estómago se apretó un poco más. Ella seguía con lo de Adán, y yo seguía sin corregirla. No era el momento de arruinarle la ilusión, no cuando estaba tan feliz. Pero igual me sentía mal por mentirle así.
"Sí, mamá… Parece que sí".
Rin se acercó, mirando una semilla entre sus dedos.
"No sé si esto es tan bueno como parece. ?Y si crecen así de rápido, pero no sirven para nada? Como las de papayas esas sin frutos".
Tenía un punto, y lo sabía. Rin estaba en lo cierto: eran árboles y demás sin frutos, y tal vez esto no nos servía de mucho. Todavía no entendía por qué las partículas no terminaban el trabajo. ?Era como dijo Lucía, que no querían darnos comida que nos hiciera mal? ?O simplemente no sabían cómo hacerlo todavía?
"No te preocupes, papá. Si no dan frutos, igual la gente puede usar las hojas o la madera. Y si dentro de un tiempo terminan dando frutos, mejor todavía. Estaremos vigilando a ver qué pasa".
"Está bien".
él se acercó para ver mi balde, el cual apenas tenía más o menos diez semillas.
"Mirella se fue a buscar más agua... ?Hay que plantar más?"
"Dejemos que Mirella termine de regar y esperemos un tiempo a ver cómo evoluciona. Tampoco creo que sea muy conveniente plantar todo de una".
Si imaginábamos al trozo de isla que estábamos resembrando como un triángulo equilátero, ese que tiene sus tres ángulos iguales, apuntando hacia el volcán, diría que habíamos puesto semillas solo en la mitad inferior.
él tiró la semilla dentro del balde.
"Eso también pensaba yo".
"Además, me gustaría esperar a ver si crecen por su cuenta un poco de hierba o plantas que no den frutos".
"Si vemos la parte de la selva, este lugar se ve extra?o", dijo, se?alando a unos metros de nosotros, donde estaban los árboles altos que Pyra había logrado salvar.
"No te preocupes. Ahora que acá ya hay buena tierra, seguro que la selva se irá expandiendo poco a poco, mezclándose con estos nuevos árboles".
él puso una mano en mi hombro, y yo estaba rogando que no me tocara la cabeza.
"Siempre ves todo, ?eh? Qué hijo tan inteligente tengo".
"Sí... Gracias, papá".
Inteligente... La palabra 'farsante' me quedaría mejor.
Rundia ya estaba tocando las hojas de un arbusto de bayas como si fueran un tesoro sagrado.
"?Miren qué lindas son! Seguro que algo bueno sale de esto".
Pyra, que se había alejado bastante de nosotros, se acercó caminando despacio, aunque no nos miraba a nosotros, ya que sus ojos estaban fijos en los árboles, y por un segundo me pareció ver un destello de curiosidad en ellos.
"?Mirella se fue a buscar más agua?"
"Sí".
Ella no dijo nada más. Se quedó mirando los brotes, y yo aproveché para observarla un segundo. Lucía y yo teníamos razón en una cosa: se parecía a Sariah. No solo por el pelo, los ojos y su figura delineada, sino también por esa actitud que la hacía ver especial, resaltando entre los demás.
"?Qué opinás vos de toda esta idea que tuve?" Le pregunté.
Pyra me lanzó una mirada de reojo, como si no quisiera admitir que le interesaba el tema.
"No sé... Se siente raro estar haciendo esto, porque mis llamas no hacen cosas así. Queman y listo. Esto… esto es diferente".
"Capaz que con el tiempo entendemos cómo funciona y lo usamos para algo mucho más grande".
Ella no respondió, pero vi cómo apretaba los labios, como si estuviera pensando en algo que no quería decir. Tal vez estaba comparando su magia de fuego con esto, midiendo si era mejor o peor. Conociéndola, seguro que le jodía un poco no ser ella la única que pudiera hacer algo así.
Aunque claro, esto no era la magia de nadie, era únicamente obra de las partículas mágicas.
Mirella vino volando desde la selva, con la regadera aparentemente llena y una sonrisa enorme en la cara.
"?Ya volví! ?Voy a terminar de regar!"
"?Sí, te esperamos acá!"
Qué chica tan alegre...
Mientras yo analizaba el árbol de mandarinas con mi magia, Mirella volvió.
"?Luciano, terminé! ?Viste lo que hice? ?Soy la mejor, ?verdad?!"
"Sí, sos increíble", respondí, dándole una palmadita en la cabeza que la hizo reírse y flotar más alto.
"Esto no habría pasado sin vos".
"?Claro que no! ?Soy la due?a de las plantas ahora!" Exclamó, girando en el aire como si estuviera celebrando, aunque la regadera se le cayó, lo que hizo escapar una risa corta de Lucía.
"?Oigan, no se rían!"
Pyra puso los ojos en blanco, pero no dijo nada. Mirella, por supuesto, lo notó y se acercó a ella, flotando a su altura.
"?Qué pasa, Pyra? ?Estás celosa porque mis plantas son geniales?"
"No estoy celosa de nada", contestó Pyra, cruzándose de brazos y girando la cara.
"De todos modos, esto no es tan útil si no da comida".
"?Ya va a dar comida! ?Solo hay que esperar!" Insistió Mirella, acercándose más a ella.
"Esperar no llena el hambre de los humanos", murmuró Pyra, y por primera vez desde que la conocía, su tono no sonó arrogante. Sonó… práctico, casi preocupado.
Eso me hizo parar la oreja. Pyra no solía hablar así. Siempre era todo ego y 'yo soy la mejor', pero ahora parecía genuinamente interesada en que esto funcionara. Tal vez, en el fondo, sí le importaba quedarse con nosotros y hacer que la isla fuera habitable... Eso es algo que ya había pensado antes, y ahora parece estar reflejándose en la realidad.
"Pyra tiene razón. Por ahora no hay frutos, y necesitamos comida..."
Ellos no sabían que la idea mía era irnos de este lugar lo más pronto posible.
"Pero esto es un comienzo. Si el agua mágica pudo hacer esto, pronto vamos a tener algo que comer".
Mirella infló las mejillas, pero no le dijo nada más a Pyra. Pyra me miró un segundo, y aunque no sonrió, sus ojos se suavizaron un poco. Fue raro, pero por un momento sentí que me estaba dando algo parecido a una aprobación.
Me acerqué a Mirella, casi al lado de su oreja.
"Mirella, necesito hablar con vos un momento".
"?Qué pasa, Luciano?"
Sin responder, miré a los demás por encima de mi hombro.
"Chicos, voy un momento hacia un árbol que me quiere mostrar Mirella. Ya volvemos".
"Sí, hijo. Te esperamos acá", respondió Rundia, que ya estaba hablando de nuevo con Pyra.
Mirella debía saber el trasfondo de todo esto... Y también debía dejarle dicho un par de cosas para que estuviera a mi favor cuando les contara a los demás sobre mi plan de escape.