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Capítulo 68: Plan de escape.

  Había logrado alejarnos del grupo junto a Mirella. Tengo que decirle algunas cosas importantes.

  "?Cuánta agua mágica usaste para regar todo esto?" Pregunté, se?alando el terreno.

  "Hmm..."

  Puso un dedo en la barbilla, pensativa.

  "Como dos regaderas llenas. Fui al arroyo dos veces".

  "Dos regaderas… ?Y notaste algo raro en el agua cuando la sacaste?"

  "No, estaba igual que siempre. ?Por eso funcionó tan bien!"

  "Claro..."

  "?Estás preocupado?" Preguntó Mirella, flotando más cerca y mirándome con esos ojos verdes enormes.

  "Ahora mismo solo estoy pensando.

  Esto es raro... Pero bueno, solo tenemos que entenderlo mejor".

  "?Yo te ayudo a entenderlo!"

  De pronto, levantó la regadera vacía como si fuese una espada.

  "?Vamos a hacer que las plantas den frutos sí o sí!"

  Me apoyé un poco contra el tronco del árbol que parecía ser de manzanas, mirando de reojo al grupo; solo Lucía miraba hacia acá.

  "Mirella, ?te acordás de ese secreto que nunca tenés que contarle a nadie?"

  "?Sí!"

  "?Y cuál es?"

  Ella se inclinó un poco hacia mí, bajando la voz.

  "El de Lucía, que puede escuchar a las partículas mágicas".

  "Perfecto. Te quería contar que hace poco Lucía pudo escuchar algo más de ellas".

  "??En serio?!"

  Le tapé la boca de inmediato, aunque no pude detener ninguna de sus dos palabras.

  "Shhhh... No grites tanto o van a venir a ver qué estamos haciendo".

  Cuando quité mi mano, ella se movió un poco, intentando que el poco grosor del tronco del árbol tapara su peque?a figura.

  "Perdón... Pero quiero saber qué dijeron".

  "Dijeron que están aprendiendo cosas de las plantas. Por eso es que ahora el agua mágica hace crecer los árboles y eso, pero todavía no sabemos por qué no hace crecer las frutas".

  "Eso suena increíble".

  "Sí, la verdad es que es algo increíble, pero necesito que sigas manteniendo este secreto, ?sí?"

  "Por supuesto. No le diré nada a nadie".

  Volví a mirar de reojo a los demás; todavía estaban charlando entre ellos.

  "Necesito decirte una cosa más".

  "?Qué cosa?"

  "No sé si hoy a la noche o en estos días les voy a intentar contar de nuevo a todos sobre la forma en la que vamos a salir de la isla y cruzar la enorme cantidad de agua".

  "Oh... Eso también suena increíble".

  "Me vas a apoyar en eso, ?no? Tengo pensado usar las barreras mágicas de Aya para caminar sobre ellas".

  Ella asintió dos veces seguidas.

  "?Sí, sí! Siempre te apoyaré en todo".

  "?Eso significa que esta noche me vas a dejar a solas con Aya para que la convenza?"

  Mirella parpadeó rápido, y su sonrisa se torció un poco mientras ladeaba la cabeza. Sus manos apretaron la regadera vacía contra su pecho, como si de repente fuera lo único que la mantenía en el aire.

  "?Dejarlos solos? ?Qué piensas hacerle a Aya?" Preguntó, con un tono que empezó dulce, pero se fue cargando de sospecha.

  Me quedé mirándola un segundo, con las cejas levantadas. ?Qué carajo había interpretado de lo que dije? Por un momento pensé que quizás mi frase había sonado mal, como si estuviera planeando algo raro con Aya. ?Tan mal me había explicado?

  "?Eh? No, no, pará. No le voy a hacer nada raro a Aya. Solo quiero hablar con ella a solas, nada más".

  Mirella entrecerró los ojos, flotando un poco más cerca hasta que su cara quedó a centímetros de la mía. Sus mejillas estaban infladas, y ese brillo travieso en sus ojos verdes ahora tenía un toque de desconfianza.

  "?Hablar de qué? ?Por qué tiene que ser a solas? ?Qué es tan importante que no puedo estar yo?"

  Respiré hondo, intentando no reírme de lo exagerada que se estaba poniendo. Era típico de ella, pero igual me ponía nervioso cuando se ponía así. No quería que esto se convirtiera en una pelea justo ahora que necesitaba su apoyo.

  "Mirella, escuchame bien", dije, bajando la voz para que sonara tranquilo.

  "Es por lo del plan de escape. Aya me dijo una vez que ella vino del otro lado del agua. Me lo contó hace poco tiempo, cuando nos habíamos salvado del agua y logramos entrar a la cueva. Ella me dijo que le tenía miedo al agua, pero ahora actúa como si nunca hubiera dicho eso. Necesito hablar con ella a solas para entender qué pasó, para ver si realmente quiere ayudarnos".

  Ella se quedó callada un segundo, todavía mirándome como si intentara encontrar una mentira en mis palabras.

  "?Y por qué no me lo dijiste antes? ?Yo también quiero saber esas cosas! Aya a veces es rara. ?Y si no te dice la verdad?"

  "No sé si me va a decir la verdad o no... Por eso quiero hablar con ella a solas. Si estás vos, capaz que se pone nerviosa o no suelta todo. Vos sabés cómo es, Mirella. Aya es tranquila, pero a veces parece que guarda más de lo que dice. Y si vino del otro lado del agua, tiene que saber algo útil".

  Mirella infló las mejillas otra vez, y por un segundo pensé que iba a protestar más, pero luego soltó un suspiro largo y bajó la mirada.

  "Está bien... Pero no me gusta que te quedes solo con ella. ?Y si te dice algo raro y yo no estoy para defenderte?"

  Solté una risita corta, porque la idea de que Aya me hiciera algo raro era absurda.

  "No creo que Aya me haga nada, Mirella. Tal vez guarde algún que otro secreto, sí, pero nunca he pensado que sea alguien mala. Solo quiero entenderla mejor. No te voy a dejar afuera de esto. Solo necesito este momento con ella".

  "Bueno... está bien. Pero si veo que Aya se te acerca demasiado, voy a aparecer volando y le voy a tirar la regadera en la cabeza".

  "?Estás diciendo que nos vas a estar mirando desde algún lugar oculto?"

  "Mmm... No lo sé".

  "Dale, decime que no".

  "?Entonces iré a molestar a Pyra!"

  "Esa es la actitud", respondí, riéndome un poco.

  "Na, mentira. Mejor podrías charlar con ella para ver si se entienden mejor".

  "Puede ser..."

  "Ahora mejor volvamos".

  "Sí".

  Al acercarme a los demás, levanté la voz para que todos me oyeran.

  "Bueno, nosotros ya estamos listos.

  Dejemos que las plantas sigan... creciendo solas un tiempo más. Vamos a ver si dan frutos o no. Si no dan, ya pensaremos qué hacer después".

  "Bueno, hijo. Vayamos a casa ahora".

  "Sí, mamá".

  Cuando llegamos a la casa, Aya estaba en la puerta, esperándonos con su yukata blanco impecable. Las gemelas estaban atrás, Suminia con un par de pescados en las manos y Samira hablando con ella.

  "?Qué pasó allá?" Preguntó Aya, inclinando la cabeza mientras sus ojos anaranjados me seguían.

  "Hicimos crecer un montón de cosas con agua mágica".

  Entré junto a los demás, menos con Pyra, que se quedó fuera, y dejé el balde vacío en un rincón.

  "Crecieron rapidísimo, pero no hay frutos todavía".

  "Interesante... El agua mágica está cambiando, ?verdad?"

  La miré fijo, sorprendido.

  "?Vos también lo notaste?"

  Ella asintió despacio.

  "Mientras iba a ver a los demás, como me pediste, pasé a investigarla y noté algo nuevo en su olor".

  Eso me dejó descolocado. Aya tenía esa naturaleza de zorro místico que le daba una sensibilidad que los humanos no teníamos. Si ella sentía que el agua estaba cambiando, entonces no era solo una teoría loca mía y de Lucía. Algo estaba pasando de verdad.

  Antes de que pudiera responder, ella se acercó a mi oído.

  "Su olor se parece bastante al tuyo".

  De repente, escuché un zumbido detrás de mi cabeza.

  "Aya, ?qué le estás diciendo a Luciano?"

  "Nada importante, Mirella", contestó, y se dio media vuelta, yendo hacia las gemelas.

  Mirella me lanzó una mirada extra?a, aunque yo no le di mucha importancia en ese momento, porque lo que Aya había dicho era demasiado raro...

  ?El agua mágica teniendo mi mismo aroma? ?En serio? Ya hasta me da un poco de miedo todo esto...

  Esa noche, mientras todos comían los pescados que habían cazado, yo me quedé mirando el fuego de la fogata, perdido en mis pensamientos. Las partículas, el agua, las plantas... Todo estaba conectado. Y si Aya tenía razón, si también estaban cambiando su aroma a uno parecido al de mis pelos rojos, entonces no me sorprendería que en un futuro las partículas mágicas terminen viéndome como la persona más importante en este mundo, más sabiendo que mencionan mi nombre constantemente.

  Tal vez ellas sí sepan de mi conexión con Sariah...

  Sentí un cosquilleo en los dedos, como si la magia dentro de mí estuviera reaccionando a esa idea.

  Miré a Pyra: estaba sentada al otro lado de la fogata, con las piernas cruzadas y el mentón apoyado en una mano, tal vez aburrida porque ella no estaba comiendo nada. No hablaba mucho esta noche, pero cada tanto ella también me miraba, y yo le devolvía la mirada sin saber bien por qué.

  "?Qué miras tanto?" Preguntó de repente, rompiendo el silencio que se había formado absurdamente entre nosotros.

  "Nada. Solo pienso".

  "Seguro que sí", replicó ella, con un tono que dejaba claro que no me creía.

  ?Por qué estaba observando de nuevo a Pyra? Encima, me acabo de dar cuenta de que Lucía me está mirando de reojo con una sonrisa demasiado amplia.

  Tengo que concentrarme en Aya... Voy a comer rápido y esperarla en la habitación.

  ***

  Ahora mismo estoy sentadito al borde de la cama, con un poco de miedo porque no sé dónde se metió Mirella. Supongo que se fue a la pieza de Pyra, como habíamos quedado antes.

  Tengo el peine de oro en mis manos... Supongo que es una buena idea hablarle de todo eso mientras le peino las colas.

  Lo giré para todos lados, observándolo detenidamente hasta que la puerta de madera se movió. Levanté la vista justo cuando Aya entró. Su yukata blanco parecía absorber la luz de la habitación, y sus colas pomposas se movían despacio detrás de ella, chocando contra el marco de la puerta.

  Me miró con esos ojos anaranjados que siempre parecían ver más de lo que yo quería mostrar y luego cerró la puerta.

  "?Ya te estabas por ir a dormir?"

  "No. En realidad, te estaba esperando".

  Ella parpadeó rápido, sorprendida, pero no dijo nada de entrada. Caminó despacio hasta el borde de su cama y se sentó frente a mí, poniendo las manos sobre sus rodillas con esa elegancia natural que siempre me dejaba medio hipnotizado. Sus ojos recorrieron la habitación, observando a sus costados, y supe de inmediato qué estaba pasando por su cabeza.

  "Mirella no está acá ahora", dije antes de que ella preguntara, manteniendo la voz firme para que no sonara como algo sospechoso.

  Aya asintió levemente, y luego me miró fijo.

  "?Qué querías hablar conmigo?"

  Sonreí un poco, levantando apenas el peine en el aire y dándole vueltas entre los dedos.

  "Antes que nada... ?Querés que te peine las colas? Se te ven un poco enredadas después de todo el día".

  Ella me miró un segundo, como si intentara descifrar si había algo más detrás de esa oferta tan tentadora, pero terminó sonriendo un poco.

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  "Está bien. Eso siempre me tranquiliza".

  Se giró con un movimiento fluido, poniéndose de rodillas sobre la cama y dándome la espalda. Sus colas se alzaron un poco, cayendo justo frente a mí, y el aroma dulce que siempre llevaba consigo me pegó de lleno. Era como flores mezcladas con algo que no podía identificar, algo que me recordaba al bosque después de una lluvia.

  Tomé el peine y empecé a pasarlo por la primera cola que mi mente dijo que era la mejor. Lo hice espacio, dejando que los dientes dorados se deslizaran por el pelaje blanco. Era suave, como siempre, y mis dedos rozaron la superficie mientras trabajaba, sintiendo cómo se relajaba bajo mi tacto.

  "Así está bien, ?no?" Pregunté, manteniendo el tono ligero mientras seguía peinando, dejando que mis manos jugaran un poco más de lo necesario, rozando de vez en cuando la base de las colas con las yemas de los dedos.

  "Sí. Es agradable, como siempre", respondió ella, y noté cómo su voz se suavizaba, casi como si estuviera a punto de cerrar los ojos.

  Me puse de puntas de pie y me incliné un poco más cerca de ella, aunque sin querer me aspiré algunos pelos sueltos.

  "Sabés, Aya, estaba pensando en algo importante. En el plan para salir de la isla. Vamos a necesitar tu ayuda... Aunque ya lo sabías".

  Le corrí un poco las colas, parando de peinar y concentrándome en susurrarle al oído.

  "Esas barreras mágicas tuyas… podrían terminar siendo perfectas para cruzar el agua. Imaginate, todos caminando sobre ellas, dejando este lugar atrás y comenzando una nueva vida. Vos nos vas a ayudar con eso, ?no?"

  "Luciano, sobre eso..."

  Puse rápidamente una mano en su hombro.

  "No hace falta que lo imagines ni lo pienses ahora, porque ya sé que la última vez tuviste malos recuerdos. Solo quiero saber si puedo contar con vos para hacer esto dentro de poco".

  Ella se quedó quieta un momento, pero no giró la cabeza. Sus colas temblaron levemente bajo mis manos, como si la idea la hubiera tocado más de lo que esperaba.

  "Sí", dijo al fin, con voz baja.

  "En realidad, nunca dudé en ayudarlos, solo que necesitaba un poco de tiempo para intentar superar el dolor. Pero sí, mis barreras deberían de poder sostenernos a todos".

  Sonreí, dejando que el peine volviera a deslizarse por el pelaje, peinándola con suavidad.

  "Sos increíble, Aya. Sabía que podía contar con vos. Pero... una cosa. ?No tenés miedo del agua? Porque vamos a estar rodeados de ella, y no quiero que te sientas mal o algo por el estilo".

  Ella giró la cabeza apenas, lo justo para mirarme de reojo.

  "?Miedo del agua? ?Por qué tendría miedo del agua?"

  Uh... ?En serio estaba diciendo eso? Recordaba clarito lo que me había contado en la cueva, después del tsunami. Cómo se había aferrado a mí, temblando, diciendo que el agua la ponía mal, que ella venía del otro lado. Y ahora actuaba así, como si nada. ?Me estaba tomando el pelo o realmente lo había olvidado?

  "Eh… No sé. Solo pensé en eso porque una vez me dijiste algo sobre el agua. No quiero que te sientas incómoda cuando pasemos por encima del agua".

  "?Que te dije qué cosa?"

  Dejé rápidamente una bola de pelo sobre el suelo. Esto ya me estaba poniendo nervioso.

  "?No te acordás? Cuando nos salvamos del agua al entrar en la cueva y después vos me dijiste de repente que venías del otro lado del agua".

  Aya se giró un poco más, pero sin perder esa calma que siempre la envolvía como un manto. Sus colas dejaron de moverse bajo mis manos, quedándose quietas. El peine se me quedó trabado en un nudo peque?o, y lo dejé ahí, suspendido, mientras intentaba descifrar qué estaba pasando.

  "?Del otro lado del agua?"

  Sus cejas blancas se alzaron apenas, y una leve arruga se formó en su frente, como si estuviera genuinamente confundida.

  "Luciano, no recuerdo haber dicho algo así. ?Estás seguro de que no lo escuchaste en un sue?o?"

  Esto parecía ya surreal.

  Saqué el peine dorado de entre sus colas y lo dejé sobre la cama, que en realidad solo era madera sin colchón, con un movimiento más brusco de lo que pretendía. ?So?arlo? ?En serio estaba diciendo eso? Me crucé de brazos, inclinándome un poco hacia atrás para mirarla mejor.

  "?So?arlo? Aya, no estoy inventando nada. Fue en la cueva, después del tsunami. Estabas toda asustada, temblando como loca, y me dijiste clarito que venías del otro lado del agua, que te daba miedo. ?Cómo me voy a inventar algo tan específico?"

  Ella ladeó la cabeza, y esa leve sonrisa que había estado llevando desde que comencé a peinarla se torció un poco, como si estuviera conteniendo algo. Sus manos, que hasta ahora habían estado quietas sobre sus rodillas, se apretaron ligeramente contra la tela de su yukata.

  "Luciano, con todo el respeto que te tengo, creo que estás confundiendo las cosas. Sí, estaba en la entrada de la cueva contigo en ese momento, pero no recuerdo haber dicho nada de eso. Tal vez estabas agotado por usar tanta magia o el miedo te hizo escuchar cosas que no eran. Yo sé exactamente que tú simplemente cerraste la entrada y te fuiste hasta abajo de la cueva, donde estaban los demás".

  "?Que el miedo me hizo escuchar cosas?

  Aya, vos sos la que está equivocada. Me acuerdo perfecto de cómo me lo dijiste, agarrándome la mochila, con esa cara de pánico que no te vi nunca antes. No me vengas con que me lo imaginé, porque no soy tan idiota como para inventar cosas así".

  Ella entrecerró los ojos, apenas un poco. Sin embargo, fue suficiente para que notara el cambio. Su postura seguía impecable, elegante como siempre, pero había una tensión en sus hombros que no estaba ahí antes.

  "No estoy diciendo que seas idiota, Luciano. Solo digo que quizás malinterpretaste lo que pasó. Estaba agotada, sí, y la gran cantidad de agua que vino fue horrible para todos, pero no tengo memoria de haberte dicho algo tan… fuera de lugar. Si insistes en que lo hice, entonces tal vez deberías preguntarte por qué estás tan seguro de algo que yo no recuerdo".

  Mientras hablaba, su voz seguía siendo tranquila, aunque había un filo sutil, como una daga escondida bajo seda.

  "?Por qué no le preguntas a alguien más si eso que dices sucedió?" Insistió.

  "Porque solo estábamos nosotros dos..."

  No respondió.

  Me quedé mirándola, con la mandíbula apretada. ?Por qué estaba tan segura de que yo era el que mentía? Esto no era una idiotez que se me podía haber mezclado en la cabeza. Yo sabía lo que había escuchado, y verla a ella actuando como si nada me estaba poniendo los nervios de punta.

  Incliné mi cabeza hacia delante, se?alándola con un dedo, aunque sin alzarlo demasiado.

  "Aya, voy a ser bien claro: no estoy confundiendo nada. Me lo dijiste, solo que ahora parece que querés borrarlo como si nunca hubiera pasado. ?Qué pasa? ?No querés que sepa de dónde venís o qué?"

  Ella respiró hondo, y sus colas se alzaron un poco, como si estuvieran reaccionando a mi tono. Cuando volvió a hablar, su voz seguía baja, pero había un dejo de fastidio que no podía esconder del todo.

  "Luciano, no estoy borrando nada. Si no lo recuerdo, es porque no lo dije. Y si crees que te estoy ocultando algo, entonces estás viendo cosas donde no las hay. No aprecio que insinúes que miento, especialmente cuando siempre he sido sincera contigo".

  "?Sincera? Vos solo estás jugando conmigo, me parece".

  Aya giró del todo hacia mí, y sus ojos se clavaron en los míos.

  "No estoy jugando contigo, Luciano. No tengo motivos para ocultarte nada, y me ofende que pienses que te trato como a un tonto. Solo digo que, si alguien está mintiendo aquí, no soy yo".

  "?Ah, bueno! ?Lo último que me faltaba ahora, que me trataran de mentiroso!"

  De la nada, Mirella entró volando como un torbellino por la ventana. Sus ojos verdes iban de mí a Aya como si estuviera escaneando nuestras expresiones.

  "?Oigan, no peleen!" Exclamó, flotando entre nosotros con los brazos abiertos, como si quisiera separar una pelea de pu?os que no existía.

  "?Los escuché desde afuera! ?No se enojen, por favor!"

  Me quedé con el dedo todavía apuntando a Aya y la boca entreabierta. ?Ella estaba afuera? ?Entonces esta hadita sí nos estaba espiando? Seguro que había estado escuchando todo mientras estaba escondida detrás de la ventana. ?Cuánto había oído? ?Lo del agua? ?La discusión entera? Mi mente se la imaginó pegada al marco, con la oreja contra la madera...

  "?No quiero que se peleen! ?Somos amigos, ?no?!" Insistió, girando la cabeza de un lado a otro para mirarnos a ambos.

  Aya relajó los hombros, soltando un suspiro leve pero audible, y volvió a sentarse derecha, alisándose el yukata con las manos como si quisiera borrar el momento entero.

  "No estamos peleando, Mirella. Solo estábamos hablando".

  "Sí, claro... No pasa nada, Mirella. Solo fue un malentendido".

  Lo único que sabía con certeza era que esto arruinaba mis planes...

  ***

  Tuvieron que pasar siete días para que la tensión entre Aya y yo se disipara por completo, aunque todavía no sé muy bien qué le pasó a ella como para que la situación terminara así.

  Supongo que mientras ella nos ayude, deberé dejar de lado ese tema. Al menos hasta que a ella se le ocurra querer contarme algo, porque forzarla a hablar no va a funcionar, y con el plan de escape casi en marcha, necesito que esté de mi lado, no en mi contra.

  También logré contarles a todos sobre el plan de escape. Y si bien aceptaron, mis padres me dijeron que todavía no quieren irse, no hasta saber qué sucederá con los árboles crecidos con agua mágica.

  Pero no todo es color de rosa; la maldición del Rey Demonio está empeorando, y ya no puedo ignorarlo. Antes de ayer, Rundia me llamó a la sala principal con esa cara de preocupación que pone cuando algo no le cierra.

  "Hijo, ?viste cuántos pelos hay por la casa?" Me preguntó, sosteniendo un mechón casta?o entre los dedos como si fuera una prueba de un crimen. No supe qué contestarle, así que me hice el tonto y le dije que capaz se me había enganchado en alguno de los árboles que habíamos plantado y que el viento los estaba trayendo adentro. Pero no se lo creyó, lo vi en sus ojos.

  Después fue Rin, que mientras comíamos pescado me miró raro y me soltó: "?Qué te pasa en la ceja, Luciano? Parece que te falta un pedazo".

  Intenté reírme y respondí que me había rascado fuerte sin darme cuenta, pero él no es de los que se tragan cualquier excusa. Y ayer, hasta Samira, la dulce y tierna Samira, me preguntó por qué había pelos míos sobre la mesa.

  "Los vi tirados ahí, Luciano, ?estás bien?" Dijo con una vocecita temblorosa que me hizo sentir como un monstruo por mentirle.

  Lucía y Mirella no han dicho nada, claro. Ellas saben de la maldición. Les pedí que no dijeran una palabra, y hasta ahora cumplieron. Lucía me mira con esa mezcla de lástima y complicidad que solo ella puede tener, como si quisiera decirme algo, pero no encuentra las palabras. Mirella, en cambio, hace como si nada, flotando a mi alrededor con su risa y sus bromas, aunque a veces la miro mirándome el pelo con disimulo. Pero los demás... los demás no saben, y cada vez lo notan más. Me observan como si me estuviera pasando algo malo, como si algo en mí estuviera rompiéndose y ellos no pudieran entender qué es.

  Por eso adopté esta forma de dormir con la que estoy ahora, tan recta que parece que estoy muerto. No me muevo, no me doy vuelta, nada. Me acuesto mirando el techo, con los brazos pegados al cuerpo y las piernas estiradas, como si cualquier movimiento fuera a arrancarme lo poco que me queda de pelo. Pero no es solo el pelo lo que me está matando: es el cuello. Cada ma?ana me despierto con un dolor que me sube desde los hombros hasta la nuca, como si alguien me hubiera estado apretando el pescuezo toda la noche. Al principio era soportable, pero ahora es un pinchazo constante que no se va del todo ni con el agua mágica del arroyo. Me paso el día girando la cabeza despacio, como si tuviera miedo de que se me parta, y cada vez que alguien me habla, tengo que girar todo el cuerpo para mirarlo porque el cuello no me da para más.

  No solo cambié mi postura, sino que tampoco me puedo lavar el pelo ni toda la cara...

  No sé si puedo aguantar más. No puedo seguir así, fingiendo que todo está bien mientras voy perdiendo parte de mi cuerpo. La maldición me está comiendo vivo, y aunque el plan de escape sigue en pie, aunque Aya ya dijo que nos va a ayudar con sus barreras, siento que no voy a llegar a ese momento de la misma manera en la que estoy ahora. Y lo peor es que no sé cuánto tiempo me queda antes de que los demás empiecen a hacer preguntas que no puedo esquivar, y si Rundia o Rin se enteran, si se dan cuenta de que esto fue culpa del Rey Demonio y no por una tontería que pueda inventarme, todo se puede llegar a venir abajo.

  Si soy sincero, estoy realmente harto. Harto de despertarme con el cuello hecho mierda, harto de ver pelos en el suelo y sobre la cama como si fueran migajas de lo que soy, harto de todavía tener la maldita presencia del hijo de mil puta del minotauro en mi cuerpo. Si el plan de escape se arruina por esto, si tengo que contarles todo y se arma un quilombo...

  ?Qué hago?

  ***

  Han pasado unos días y Lucía me dijo que me esperaba en el arroyo, que tenía algo que darme para ayudarme con el tema de la maldición. No sé qué carajos tiene en mente, pero viendo que los frutos siguen sin crecer, cualquier cosa puede ayudarme en este momento.

  Me la encontré escuchando las partículas, con la cabeza ladeada hacia el agua.

  "Hola, mami".

  "Ah, hola", respondió, levantándose del suelo y pasándose las manos por las rodillas para limpiarse la tierra.

  "No te siguió nadie, ?no?"

  "No, nadie".

  "Bien".

  "?Te dijeron algo las partículas?"

  "Más o menos..."

  Ella miró hacia otro lado, y en ese momento me di cuenta de que su semblante no era el mismo de siempre.

  "?Ah, cierto! Te había llamado acá para darte una cosa".

  Sin esperar mi respuesta, caminó hacia uno de los árboles cercanos, uno de esos que habían sobrevivido al tsunami. La seguí con la mirada, curioso, mientras ella se ponía de puntas de pie frente a él.

  De pronto, sacó algo desde el otro lado del tronco con las dos manos y me miró con una expresión que intentaba ser alegre, pero no le salía del todo.

  "Tomá", dijo, acercándose y extendiéndome lo que tenía.

  Era un sombrero, pero no uno cualquiera. Estaba hecho de hojas trenzadas, como si hubiera pasado horas tejiéndolas con cuidado para que tomaran la forma de un sombrero. Las hojas eran de un verde intenso y el trenzado era tan prolijo que casi no podía creer que lo hubiera hecho ella sola.

  Lo agarré con las dos manos, girándolo para verlo mejor.

  "Wow, mami... Esto es increíble".

  No estaba mintiendo, era una obra de arte, algo que en mi vida anterior habría sido un accesorio de lujo para algunas vacaciones en una... isla tropical.

  "?Viste? Mamá sabe de estas cosas".

  Me lo puse despacio, ajustándolo sobre la cabeza, y sentí cómo las hojas frescas rozaban mi frente. Por un segundo, olvidé el dolor del cuello y la caída del pelo.

  "Gracias, de verdad. Te quedó genial".

  Ella sonrió, pero fue una sonrisa chiquita, casi inexistente.

  "Me alegra que te guste".

  Me acerqué al arroyo y me miré en el reflejo del agua, aunque mi cara se entrecortaba por la mugre y algunas hojas que pasaban flotando. El sombrero me quedaba bien, aunque tapaba toda la parte superior, donde sí tenía pelo.

  "?No creés que pareciera que estoy pelado así?"

  "No, te queda bien".

  Pero entonces el pinchazo en el cuello volvió, recordándome por qué estaba acá. Suspiré y me giré hacia ella.

  "Está buenísimo, mami, en serio, pero... esto no me va a ayudar con lo de dormir, que es lo que más me está jodiendo ahora. Me despierto con el cuello hecho mierda, como si estuviera todo duro".

  Lucía bajó la mirada un segundo, y cuando volvió a levantarla, había algo serio en su expresión, algo que no le veía seguido.

  "Aguantá un poco más, hijo. Estoy intentando buscar una solución, te lo prometo. Esto del sombrero es solo... algo para que no te sientas tan mal mientras tanto".

  Me dijo hijo y no hermano mayor...

  Asentí despacio, aunque por dentro no estaba tan seguro de poder aguantar mucho más.

  "?Una solución? ?Qué tenés en mente?" Pregunté, ajustándome el sombrero con una mano mientras la miraba fijo.

  Ella no contestó de inmediato. En vez de eso, se agachó y agarró una hoja suelta de entre la hierba, jugueteando con ella entre los dedos.

  "No sé todavía. Las partículas me están diciendo cosas... Cosas raras. Solo necesito un poco más de tiempo para entenderlas".

  Hizo una pausa y me miró de reojo.

  "Por cierto, los demás te van a preguntar si ellos pueden tener algo así, como tu sombrero. Está lindo, ?no? Van a querer uno".

  Solté una risita corta, aunque el cuello me castigó por el movimiento.

  "?En serio? ?Van a ponerse celosos por un sombrero de hojas?"

  "Seguro", dijo ella, y por un segundo su voz tuvo un dejo de la Lucía traviesa de siempre... ?O solo estaba actuando?

  "Así que vas a tener que hacerles ropas nuevas para disimular tu cambio de look. Podés usar los pelos de las colas de Aya, como hiciste con tu remera y tu bermuda. Mezclalo con las bayas que tenemos guardadas y listo".

  Miré mi ropa actual: la remera verde y la bermuda del mismo color, hechas con el pelaje blanco que había salido de peinar tantas veces a Aya y te?idas con jugo de bayas verdes. Era primitivo, pero a mí me gustaba, y ahora con el sombrero parecía un poco más… completo, supongo.

  Más que el ni?o de oro, ahora era el ni?o de verde.

  "Tenés razón, hasta combina con el color de mi ropa".

  Levanté la vista para mirarla otra vez y fue entonces cuando lo vi: sus ojos estaban brillando más de lo normal, y no era por la poca luz del sol que se colaba entre los árboles, sino por las lágrimas que se le acumulaban en silencio. No decía nada, no hacía ruido, pero ahí estaban, corriendo despacio por sus mejillas mientras apretaba esa hoja como si fuera lo único que la mantenía en pie.

  Me acerqué rápidamente a ella.

  "?Mami...? ?Por qué estás llorando? ?Qué pasa? ?Por qué te sentís mal?"

  Ella parpadeó rápido, como si quisiera esconder las lágrimas, pero no pudo. Soltó la hoja al suelo y se empezó a intentar secar las lágrimas torpemente con las palmas de sus manos.

  "No me gusta verte así, hijo. No me gusta que te estés… desgastando en silencio, sin que nadie pueda ayudarte… Más sabiendo que vos siempre ayudás a todos", respondió, con su voz saliendo baja, temblorosa, casi rota.

  "?Por qué no puedo ayudarte a mejorar?"

  Me quedé mirándola, con la boca entreabierta, mientras intentaba procesar lo que acababa de decir. ?Desgastándome en silencio? Claro que estaba cansado, claro que la maldición me estaba quitando una parte del cuerpo con el pasar del tiempo, pero siempre pensé que lo llevaba bien, que lo escondía más o menos bien. Al menos lo suficiente como para que los demás no se preocuparan a tal punto de llorar. Pero mi mamá... ella lo veía todo.

  ?Quién miente?

  


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