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El Jardín Roto

  El aire vibraba con el zumbido de Nymeria, cuyas alas de cristal fracturado resonaban dentro del cráneo de Lucien como campanas rotas. Cada batir le ara?aba los oídos, pero era el olor lo que lo mantenía alerta: jazmín mezclado con el tufo dulzón de su propia sangre dorada, que empapaba el costado izquierdo de su torso.

  Maha no era una presencia, sino una serie de agujas clavándose en sus músculos. El Djinn se movía como un calambre en su espalda, y Lucien no necesitaba verlo para saber que sus ojos de humo verde seguían el cráneo de Elara que él apretaba contra el pecho.

  -Tejerás tu tumba si sigues así -retumbó la voz del Djinn, no en sus oídos, sino en el hueco de sus costillas flotantes, donde Elara le había implantado el fragmento a los catorce a?os.

  Lucien esbozó una sonrisa amarga. Sabía que la "advertencia" de Maha era en realidad hambre: el Djinn olía a hígado crudo cuando deseaba devorar.

  Iliana alzó la fotografía quemada, y el olor a vainilla rancia le golpeó las fosas nasales. No es real, se repitió Lucien, pero sus dedos ya temblaban. Ese aroma era el mismo de las vendas que Lyra le cambiaba cada noche en el laboratorio, cuando las heridas de los experimentos supuraba tinta umbral.

  -?Recuerdas lo que ella le hizo a tu preciosa Lyra? -Iliana canturreó, y la imagen en la foto se deformó: Lyra de doce a?os, convulsionando en una camilla mientras Elara dibujaba partituras en su piel.

  El chakram en la mano derecha de Lucien se calentó de repente.

  Al activar los glifos de amatista, un dolor agudo le recorrió el brazo como si alguien le arrancara las venas. El precio, recordó. Los Vespertilio se alimentaban de memorias: esta vez, le robó el recuerdo de su primera huida, dejando en su mente un vacío frío donde antes había olores a alcantarilla y miedo adolescente.

  -?Nymeria, ahora! -gru?ó, y la criatura de cristal se lanzó. Sus alas cortaron el aire dejando surcos de humo negro que olían a… ?mangos podridos? Lyra los recolectaba en el invernadero.

  Los árboles-libro lloraban páginas ensangrentadas. Al pisar una, Lucien sintió el tacto de las vendas que Lyra ponía en su piel, ese algodón áspero, siempre lavado con lejía. El vivero entero crujía como huesos viejos, y al romperse, cada estatua de tinta liberaba susurros:

  -Mentiroso -acusó la del héroe caído, rozando su hombro con dedos de pergamino.

  -Cobarde -escupió la mu?eca-guardiana, su voz idéntica a la de Elara cuando descubrió su primer intento de fuga.

  -?Crees que ella te quería? -Iliana dejó caer la fotografía, que se empapo de tinta al tocar el suelo. Lucien notó cómo su mano izquierda buscaba la cicatriz bajo la camisa. dieciocho puntos de sutura, hilo de ara?a Arconte. Un tic que ella captó al instante.

  -Solo le interesaba tu don -continuó, acercándose. Sus pasos crujían como las agujas hipodérmicas de Elara contra pisos de acero. El músculo de su pantorrilla derecha se contrajo solo.

  -Y ahora el Festín te quiere entero -susurró, mientras su cuchillo de tinta dibujaba una partitura en el aire. La melodía le hizo sangrar por las encías.

  La primera gota de veneno en su torrente sanguíneo supo a menta y formol. Lucien cerró los ojos, y el mundo se quebró:

  Estaba en el quirófano-espejo. Lyra, de nueve a?os, observaba tras el cristal mientras Elara le inyectaba el fragmento. "Serás mi puente", cantaba su madre, y la aguja olía a jazmín y traición. Lyra golpeaba el vidrio con manos ensangrentadas.

  El sonido de los golpes de Lyra lo regresó al presente lo recibió con una daga en el estómago. Nymeria destrozó a la Iliana ilusoria, pero el da?o estaba hecho: la sangre ahora brillaba con veneno dorado

  Maha rugió desde su columna vertebral cuando las ecuaciones en las paredes cobraron vida. Iliana intentó huir, pero los glifos que Lucien dibujó con su sangre la atraparon en una jaula de luz.

  -Dile al Festín que venga por mí -escupió Lucien, mientras la máscara veneciana se resquebrajaba, revelando cicatrices que formaban notas musicales.

  Antes de desintegrarse, Iliana susurró:

  -Lyra canta para ellos ahora. Tu hermana es… interesante cuando suplica..

  El vivero implosionó. Lucien cayó de rodillas, la fotografía quemada ardiendo entre escombros. Entre visiones de Lyra tras el espejo líquido, una figura emergió de las sombras: un ni?o con alas de polilla, idéntico a los fetos del laboratorio.

  -Madre tenía razón -dijo el ni?o, tocando la herida envenenada. -El dolor es el único idioma que entiendes.

  Las tuberías se enroscaron alrededor de Lucien como serpientes de acero. Mientras la oscuridad lo arrastraba, el cráneo de Elara en su pecho susurró:

  -Todo según lo planeado, hijo mío.

  Y en el último segundo, antes de desmayarse, Lucien sintió más que vio: Lyra, en algún lugar oscuro, trazando la misma partitura de la fotografía en un muro cubierto de hielo.

  El crujido de zapatos de cuero sobre piedra húmeda lo despertó. Lucien abrió los ojos a medias, la visión empa?ada por el veneno verde que le nublaba las pupilas. Las tuberías que lo aprisionaban vibraban con un ritmo nuevo, como si el acero se estremeciera ante algo más antiguo que la propia ciudad.

  Primero llegó el olor: alcanfor y néctar de orquídea negra, un contraste que le quemó las fosas nasales. Luego, el sonido: un reloj de bolsillo marcando ritmo de vals en algún lugar de la oscuridad. Finalmente, la voz:

  The narrative has been taken without authorization; if you see it on Amazon, report the incident.

  -Qué triste final para un Tejedor de relatos. -El hombre en traje oscuro se inclinó hasta quedar a su altura. Su sombrero de ala ancha ocultaba el rostro, pero Lucien vio el detalle que lo heló: los botones del traje eran ojos humanos miniaturizados, las pupilas dilatadas siguiendo cada movimiento de Lucien.

  El ni?o de alas de polilla retrocedió, sus zumbidos tornándose agudos.

  -Tú… no deberías estar aquí -chilló el ni?o, ara?ando el aire con dedos afilados.

  El hombre ignoró la advertencia. Con un gesto, las tuberías se desenroscaron de Lucien, retorciéndose como animales apaleados.

  -Lucien, veo que encontraste una manera para que pudiera entrar al laboratorio de tu madre -Dijo el hombre extendiendo un guante blanco inmaculado. Lucien noto que el brillo violeta de sus chakrams se intensificaba. Algo que solo pasaba frente a mentiras e ilusiones, al menos según Lyra.

  -Gerald, puedes volver a tu apariencia natural -Tosio Lucien escupiendo sangre con veneno dorado.

  -Te has vuelto casi tan difícil de enga?ar como Elara -Gerald sacó un pa?uelo de seda y lo empapo con la sangre envenenada de Lucien. -Tenemos que encargarnos de esto lo más pronto posible.

  El pa?uelo comenzó a vibrar con una melodía familiar: la misma partitura de la fotografía quemada. Lucien sintió un pinchazo en el pecho: la cicatriz del fragmento. Pensó y sabía el motivo, el compás 32, de la melodía, donde Lyra siempre fallaba en el piano del laboratorio.

  -Cómo es que conoces esa melodía? -Pregunto intentando ponerse de pie.

  Gerald se rio. -La encontré escrita en una pared, supongo que tu sabes que es -dijo entre carcajadas.

  -Permíteme aliviar ese veneno -el hombre presionó el pa?uelo musical contra la herida de Lucien. -A cambio, necesito un recuerdo. Cualquiera que involucre… -inclinó la cabeza hacia el ni?o de alas de polilla, que ahora se retorcía en el suelo. -él.

  El alivio fue instantáneo y brutal. El veneno retrocedió, pero Lucien sintió cómo algo se arrancaba de su mente: El ni?o de alas de polilla, a?os atrás, flotando en un frasco junto a Lyra. Elara susurrando: "El octavo intento fallido. Pero qué hermoso es…".

  -Me pregunto dónde estarán los primeros siete -Susurro Gerald mientras guardaba el recuerdo en un reloj dorado que tenía en el bolsillo interior de su saco.

  Las paredes de la alcantarilla comenzaron a sangrar tinta umbral. El ni?o de alas de polilla lanzó un alarido que hizo temblar los cimientos, y de sus ojos brotaron larvas de papel.

  -Madre te castigará -gritó el ni?o hacia Lucien, mientras su cuerpo se desintegraba en páginas arrugadas.

  -Ella ya lo hace -respondió Lucien, frotando la cicatriz bajo su camisa.

  Gerald se ajustó el sombrero. Por un instante, Lucien vio bajo el ala: una boca sin labios, dientes de nácar negro, y un ojo cicatrizado que le recordó demasiado a…

  -?Lyra? -murmuró, pero Gerald ya lanzaba un objeto a sus pies: una tarjeta de visita de metal con coordenadas musicales grabadas.

  -Cuando el veneno regrese; y lo hará, ve a esta dirección —dijo Gerald, caminando hacia las sombras. -Pide el Nocturno en Verde Mayor. Y Lucien… -se detuvo, el olor a alcanfor saturando el aire. -Ten cuidado, no siempre puedo estar salvándote.

  Lucien se apoyó contra la pared húmeda, las yemas de sus dedos adheridas a la tarjeta de metal. Las coordenadas grabadas en ella le quemaban la piel, como si alguien hubiera clavado agujas incandescentes bajo sus huellas dactilares. Nocturno en Verde Mayor.

  Las alcantarillas habían cambiado. Las paredes ahora mostraban grafitis que no estaban antes: rostros deformes de Lyra y Elara entrelazados con ecuaciones alquímicas. Lucien se detuvo frente a uno que mostraba a Lyra atrapada en un pentagrama musical.

  -Incluso ahora intentas ayudarme, ?verdad? -Murmuró Lucien golpeando la pared donde estaba el graffiti. El golpe agrieto la pared y el grafiti se deshizo en cenizas.

  -Te estás deshilachando, Tejedor -susurró Maha desde algún lugar en su interior, su voz distorsionada, como si hablara bajo el agua. -?Cuántos recuerdos más estás dispuesto a perder?

  La tarjeta de metal vibró en su mano. Al sostenerla contra la luz de un farol roto, las coordenadas musicales proyectaron una sombra en la pared: un bar clandestino, su fachada adornada con máscaras, pinturas y plantas. Lucien reconoció el lugar. El Teatro de los Susurros, uno de los lugares favoritos de Lyra cuando venían a Nueva Babel, un lugar para aquellos que usaban la música como su lenguaje favorito para contar historias.

  -Ni siquiera después de muerta le perdonas que tuviera sus propios intereses, verdad, madre? -susurro, notando como el cráneo de Elara en su bolsillo emitía un calor anormal.

  Sus pies comenzaron a moverse solos, guiados por una memoria muscular de tiempos más fáciles y felices: La única vez que pudimos escapar de madre los dos. Cada zancada le quemaba los pies, como si caminara sobre las flamas de los recuerdos. Al pasar frente a un charco de agua negra, vio su reflejo distorsionado: no era su rostro, sino el de Lyra, adulta y demacrada, pero, sonriendo al otro lado del espejo líquido.

  Lucien sonrió, estaba exhausto, sentía el veneno corriendo por sus venas, y aún así, la sonrisa de su hermana le daba confort y calma. Continuo caminando, sus pies ya no se movían solos, ya no avanzaba por inercia, se movía por la confianza en su hermana, la confianza que nacía de los recuerdos de sus manos cálidas vendando con cari?o las heridas que dejaban los experimentos de Elara en él, esos recuerdos que ahora alimentaban la seguridad de que una vez más Lyra de alguna manera extendería su mano para asegurarse de que él estuviera bien.

  Fue así que finalmente cruzó el umbral de entrada del Teatro.

  El interior era una estructura de madera pulida y terciopelo vinotinto. En el escenario, una banda tocaba bajo la luz de la luna que se filtraba por un agujero en el techo. La música era hipnotizante, el aire vibraba con los sonidos eléctricos de la guitarra, con la voz que parecía deslizarse entre notas, el golpe de la batería era monotono, hipnótico, inevitable. La música parecía ser empujada desde las sombras por una fuerza ajena, una fuerza que arrastraba el sonido lentamente. Lucien se permitió disfrutar la música por unos segundos, de ni?o fue Lyra quién le mostraba canciones y bandas escondidas de Elara.

  Se abrió paso entre las personas, el sudor de aquellos que danzaban al ritmo de la música, el olor a alcohol de las bebidas, la energía que exudían en medio del trance y júbilo que les generaba el concierto lo llamaban, él también quería permitirse perderse entre esas notas, sin embargo, sabía perfectamente que no era una opción. El dolor punzante del veneno incrementó, un recuerdo constante de que el tiempo era lujo en ese momento.

  Un hombre joven observó como alguien se acercaba a la barra, era una noche ocupada en el Teatro, una banda popular de la escena local de Nueva Babel se presentaba, y con entrada libre el lugar se llenó rápidamente, algunos eran los regulares del Teatro, jóvenes impetuosos buscando diversión; músicos que venían a compartir sus historias en forma de notas, acordes y percusiones; una que otra persona mayor buscando recordar sus épocas de juventud. Pero un evento así atraía un buen número de comensales nuevos, cada uno con sus propias historias e intenciones, pero había algo que todos tenían en común, un deseo inescapable de huir, de huir de sus realidades, de huir de sus responsabilidades y dejarse perder en los placeres de la noche.

  La persona finalmente llegó a la barra. -Un Nocturno en Verde Mayor, por favor -pidió la persona.

  El joven levanto su rostro, mirando fijamente a la persona frente a él, un joven, cabello rubio y largo hasta la cintura, un rostro bien definido y atractivo enmarcado por mechones de cabello, pero, lo más llamativo eran sus ojos, no porque se vieran cansados, agotados, no. Sino porque eran particulares, un iris esmeralda que rodeaba vetas violetas que parecían una flor que nacía de la pupila. Sin embargo, nada de esto fue lo que lo hizo levantar la mirada. -Un Nocturno en Verde Mayor-, un pedido específico, un pedido que nadie más pudo haber hecho.

  -Bienvenido Jardín Roto, es un placer conocerte.

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