La luna se escondía tras las nubes, pintando el Barrio de las Letras Muertas de colores punzantes como cenizas y óxido. Las paredes llenas de graffitis cobraban vida bajo la luz pálida, y los grafitis gritaban silenciosamente en la oscuridad, los rostros pintados se distorsionaban en muecas espectrales. Frases como “mentira” y “olvida” se pegaban al aire frío como aliento de un muerto. El olor a cable quemado y LCD rasgaba la garganta, un recuerdo punzante del paso de “El Festín de las Sombras”.
Una figura avanzaba por las calles, su respiración rasposa y entrecortada era el único sonido claro. Sudor frío le resbalaba por la espalda, cada gota un escalofrío diminuto. Los cazadores de la Cripteia no eran simples drones; sus alas metálicas emitían un zumbido que vibraba en los huesos, como el llanto sordo de un ni?o perdido en la madrugada. Uno de los drones se posó sobre un farol, tranquilo y amenazante, sus alas extendidas, láminas oscuras que Lucien juraría reflejaban el rostro ausente de su madre.
-Maha -llamó Lucien, y el Djinn emergió de su sombra como un torbellino de ceniza caliente y dientes afilados. La sombra de Maha se alzó amenazante sobre los drones, proyectando a su alrededor siluetas espectrales de lobos hambrientos.
-Tres perseguidores -rugió Maha, su voz retumbando directamente en el cráneo de Lucien, una vibración ósea y ancestral-. Huelo miedo, huelo ambición, y huelo…. -Maha se materializó por completo como un lobo gigantesco e inclinó la cabeza, olfateando el aire como un cazador hambriento-. Nostalgia. Alguien te recuerda, Tejedor.
Lucien, con un movimiento preciso de sus manos, invocó dos Chakrams de un metal negro brillante, los bordes de amatista palpitando con una luz morada y fría. Los glifos inscritos recorrían la superficie como venas de obsidiana. Con un movimiento fluido, lanzó uno de los chakrams, no contra los drones, sino contra un grafiti de un rey medieval pintado en la pared como una burla sangrienta. La hoja cortó el mural, liberando un chorro de tinta negra que apestaba a olvido y tinta umbral, que se extendió momentáneamente como un portal viscoso y opaco.
-Vamos -dijo con un tono serio, el sabor amargo del peligro en la lengua, antes de lanzarse al charco de tinta mientras este se cerraba tras él.
Al otro lado del portal, se encontró en un mundo en negativo fotográfico: calles blancas tiesas como hueso, cielos negros opresivos como un sudario, y los drones transformados en mariposas de papel carbonizado, que ardían al tacto con un crepitar frágil. Pero el escape tenía un precio. La voz de Elara resonó en su oído como un susurro helado y familiar, que le erizaba la nuca: -Huir no te salvará, hijo. Sólo pospondrá lo inevitable.
-Ahhhh -Lucien respiró, el aire enrarecido llenando sus pulmones de hollín. Esos drones eran persistentes, pegajosos como sombras; llevaban persiguiéndolo desde que entró en Nueva Babel. Al fin se había librado de ellos, y ahora se acercaba a su objetivo. Mientras atravesaba las calles del mundo negativo, una punzada de frío en el pecho lo llevó de vuelta al pasado.
Diez a?os atrás, en el invernadero; un laboratorio solo en nombre, era más una catedral de ciencia y locura. Frascos con criaturas híbridas, fetos de ni?os con alas de polilla flotando pálidos en formol, fetos de Djinn con características humanas, se alineaban en estantes de hierro frío, brillando bajo la luz espectral como trofeos macabros. Elara entonaba una canción suave y ominosa, como un conjuro, absorta en su trabajo. Una ni?a peque?a de doce a?os se acercó a ella, curiosa, los ojos brillantes de una inquietud precoz, observando a su madre cubierta de sangre.
-?Duele? -preguntó la ni?a, su voz apenas un susurro infantil, cargado de una comprensión adulta del sufrimiento.
-El dolor es un lenguaje, Lyra -respondió Elara sin voltear a mirarla, su voz dulce pero hueca, desprovista de calidez humana-. Y Lucien está aprendiendo a hablarlo.
Mientras el recuerdo se desvanecía, Lucien se adentró en las alcantarillas. El olor a humedad y podredumbre se intensificaban, llenando sus fosas nasales con un hedor antiguo. Finalmente llegó a un pasillo en particular que lo hizo estremecerse hasta la médula. Las paredes estaban cubiertas de ecuaciones extra?as, ecuaciones alquímicas que brillaban en la oscuridad con una luz enfermiza. Al rozar una con el dedo, una descarga fría le recorrió el brazo, y su mente se inundó con el recuerdo ajeno: un científico de la Cripteia enloqueciendo, ara?ando las paredes con sus u?as, intentando descifrar el trabajo de Elara, desentra?ar sus ecuaciones y sus investigaciones prohibidas.
Al final del pasillo, Lucien observó una puerta cerrada por múltiples cadenas hechas de glifos que brillaban con una energía contenida.
-Sabes qué guardo ahí -preguntó Lucien al Djinn, la voz apenas un hilo en la oscuridad, mirando la puerta.
-No -gru?ó Maha, un sonido gutural y profundo que resonaba en el estrecho pasillo-. Ella era paranoica. Dejó trampas. Para ti, para otros, para cualquiera.
Lucien sacó de su saco negro una calavera llena de glifos que irradiaban una luz pulsante, casi viva. Al apuntarla a la puerta, las cadenas chillonas y oxidadas cedieron y empezaron a caer, golpeando el suelo de piedra con un estrepitoso sonido hueco, permitiendo abrir la puerta. Tras ella, encontraron un vivero. No de plantas, sino de relatos: árboles cuyas hojas eran páginas de libros de pergamino amarillento y quebradizo, y sus frutos, ojos humanos petrificados con miradas vidriosas y ausentes. En el centro, sobre un atril de madera oscura, se encontraba un cuaderno. Lucien lo abrió con cuidado, el papel crujiendo bajo sus dedos, y allí encontró la letra de Elara: “Lucien muestra afinidad por el fragmento, pero Lyra… Lyra será la clave, será el puente”.
Lucien arrancó la página, tensando su pu?o sobre ella. Procedió a rasgarla, el papel rasgándose con un crujido doloroso, pero la página en el cuaderno se regeneró instantáneamente. Esta vez, mostraba un mensaje escrito en lengua umbral: “?Crees que la salvaste? Tú la condenaste”. Las palabras vibraban con una energía oscura y acusadora.
-Bueno, supongo que ella siempre será ella, incluso desde el más allá -murmuró Lucien, una sonrisa amarga curvando los labios, al leer las palabras que Elara le había enviado desde la tumba.
Lucien continuó caminando por el vivero. Era más que un vivero; era un laberinto de relatos ahogados. Estatuas de tinta solidificada que parecían personas olvidadas: un héroe que murió por una mentira, una mu?eca que se convirtió en la guardiana de una peque?a. Lucien rozó una estatua por error, y ésta le susurró, una voz espectral que parecía venir de la tinta misma: -él miente… Pero tú también.
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Un recuerdo apareció frente a él, formándose de tinta en el aire, como una aparición espectral. En la visión estaban un hombre y un joven Lucien, que no tendría más de trece a?os. -Tu madre no te quería -dijo el hombre. Lucien aún recordaba el olor de su aliento en ese momento, un aliento dulce y enga?oso que olía a menta. -Para ella solo eras un contenedor, pero yo creo que puedes ser más, mucho más.
Lucien retrocedió, tropezando con sus propios pies, y golpeó una tubería de metal oxidado. Agua negra empezó a brotar, con un gorgoteo nauseabundo. En el charco oscuro se formó un reflejo distorsionado: Lyra, atrapada tras un espejo líquido, golpeando desesperadamente la superficie.
-Luc -gritó, su voz distorsionada y lejana, como si viniera de otro mundo-. No confíes en…
El agua se enturbió, ahogando las palabras de Lyra en un remolino de tinta.
-No te preocupes, Lyra -respondió Lucien con una leve sonrisa en su rostro, una máscara de calma que apenas ocultaba la tormenta interior-. No es como que confíe en muchas personas.
Continuó su camino hasta que, finalmente, se encontró con una estatua de tinta que sostenía algo en su mano extendida: una fotografía que parecía estar quemada, los bordes carbonizados y quebradizos. Para Lucien, era obvio que no era parte de la estatua, sino algo que alguien había colocado allí recientemente. él la tomó, el papel quemado crujiendo entre sus dedos, y al verla detenidamente, notó que era una fotografía que no había visto en muchos a?os: un ni?o tomado de la mano de una joven mujer, y a un lado, una mujer madura con el ce?o fruncido, la mirada dura y fría como el acero.
-En definitiva, estuviste aquí también -dijo, un largo suspiro escapando de sus labios, levantando la mirada hacia la penumbra del vivero.
Después de permanecer así durante unos segundos, giró la fotografía y observó el reverso. Una partitura musical, notas y pentagramas que danzaban en el papel quemado. Un código, uno que le recordaba esas noches en las que lleno de vendajes se escondía con Lyra en algún rincón frío del laboratorio de Elara para jugar y ser lo más parecido posible a un ni?o, un código que no le tomó mucho tiempo descifrar. Estaba acostumbrado a este tipo de cosas desde ni?o.
-Supongo que ya sabemos a dónde ir -murmuró Lucien al Djinn, la voz cansada pero decidida.
-Huelo peligro -gru?ó Maha, el aliento caliente y húmedo contra su oreja.
-Lo sé -respondió Lucien, una resignación amarga en su tono-. Pero, ?qué otra opción hay?
Se dispuso a volver por donde había venido, pero en ese momento, un fuerte olor a jazmín denso y embriagador permeó el lugar. El olor era tan pesado que por poco cubría el otro olor que llenaba cada rincón del vivero: podredumbre dulce y estancada. Las sombras del lugar empezaron a alargarse, como tentáculos oscuros que se arrastraban por el suelo, y a formar manos. Manos que arrastraban a alguien desde lo profundo de las sombras. De repente, una máscara veneciana salió de las sombras, blanca y reluciente en la oscuridad, la sonrisa pintada grotesca y burlona. Luego, el resto del cuerpo de la persona se manifestó, portando un impecable vestido rojo de tres piezas, la tela carmesí absorbiendo la poca luz existente. Iliana de la Cruz se hizo presente en aquel lugar.
-Encantador -dijo Iliana, la voz melodiosa y fría como campanillas de hielo, mirando directamente al cráneo de Elara-. La gran científica reducida a un… adorno. ?Sabías que ella y yo fuimos amantes? Bueno, al menos hasta que me cansé de su obsesión con jugar a ser dios. -Una risa cristalina, pero carente de humor, resonó en el vivero.
La sombra de Iliana empezó a extenderse como una mancha de tinta que se derrama, y diferentes figuras emergieron de ella. Los mercenarios de tinta tomaron forma uno por uno. Cada uno portando rostros diferentes, rostros familiares y dolorosos para Lucien: los rostros espectrales de Lyra y Elara distorsionados en muecas amenazantes. Los rostros lo hicieron dudar, una punzada de confusión y dolor en el pecho, lo suficiente para que el mercenario con el rostro de Lyra transformara su brazo en un largo tentáculo negro y viscoso y atrapara a Lucien.
-?Son ilusiones, Tejedor! -rugió Maha, el trueno de su voz sacudiendo el aire y destrozando la falsa Lyra en una explosión de tinta. Pero Lucien ya estaba sangrando, un corte profundo ardía en su costado, la sangre caliente empapando sus ropas.
Lucien instintivamente sujetó el cráneo de Elara contra su pecho, protegiéndolo como un tesoro frágil.
-Ay, mi ni?o -la voz de Iliana se deslizó por el aire como una caricia venenosa-. El Festín no necesita ni quiere el cráneo. Luc querido, queremos que lo uses, y luego te queremos a ti.
Con un rugido salvaje, Maha se lanzó sobre otro de los mercenarios, mientras que Lucien se preparaba, la adrenalina inundando su sangre como fuego. Con un fluido movimiento de sus manos, un par de brazaletes que llevaba se transformaron en sus Chakrams. El primer mercenario se lanzó sobre él, Lucien se movió a un lado, ágil como una sombra, poniendo una de las estatuas de tinta entre él y el mercenario de Iliana. Usando su pie derecho, giró sobre sí mismo para dar una patada fuerte al rostro del mercenario, un golpe seco y brutal que destrozó el rostro de Elara en una explosión de tinta. Honestamente, para él, golpear la imagen de Elara era considerablemente más fácil que hacerle algo al rostro de Lyra, incluso si entendía perfectamente que no eran reales, sino ilusiones creadas por Iliana. La frialdad le recorrió las venas, un escalofrío de determinación.
-Maha, ?puedes encargarte de los que tienen el rostro de Lyra? -murmuró Lucien al Djinn, la voz tensa y urgente.
-Son mi presa -gru?ó Maha asintiendo, los ojos brillando con una sed animal, antes de lanzarse a la batalla.
-?Vespertilio! -exclamó Iliana, la sorpresa ti?endo su voz melodiosa. Hace a?os, mientras ella y Elara aún eran amantes, recordaba haber visto los planos de aquellos objetos extra?os. En aquel entonces, los había considerado un proyecto casi imposible de construir. Elara tendría que modificar reliquias Arcontes ya existentes, posiblemente modificar el relato contenido en la reliquia y agregar uno nuevo para que el arma cumpliera con todo lo que ella quería que cumpliera. Entonces, una risa aguda y siniestra resonó por todo el cuarto, haciendo vibrar las estatuas de tinta como si temblaran de miedo. Detrás de Lucien, tinta negra con matices verdes empezó a derramarse del suelo, como un vómito oscuro, y de esta, una criatura emergió: lo que parecía un insecto etéreo y repulsivo con seis alas elongadas de cristal. Cada ala parecía una hoja o un pétalo, cada una puntiaguda, con el borde suavemente delineado con líneas de un metal negro, en el cual se podían observar diferentes glifos pulsando con una luz verde venenosa. El cuerpo era delgado, hecho de cristal y dos largas antenas caían hacia atrás, moviéndose lentamente como zarcillos sensitivos.
-?Qué es esa cosa? -preguntó Iliana, el asco y la sorpresa luchando en su voz. La sonrisa en su máscara veneciana fluctuó, vacilante e insegura. Nunca antes había visto algo así. Claramente era un Djinn artificial, pero que ella recordase, no estaba en los planos originales que Elara le había mostrado.
-Maha -llamó Lucien al Djinn, los ojos fijos en Iliana, pero la voz dirigida a la bestia a sus espaldas-. Introduce un poco de tu tinta en Nymeria, por favor.
-Por supuesto -rugió Maha, el suelo vibrando con la potencia contenida. De su cuerpo, tentáculos de tinta salieron disparados y empezaron a adentrarse en el cuerpo del insecto que estaba tras Lucien, fusionándose con él como una simbiosis grotesca. Nymeria se transformó, su cuerpo se convirtió en un humo extra?o, casi sólido y opaco, que se arremolinaba a su alrededor como un manto espectral. Sus ojos parecían dos fuegos brillantes de color esmeralda, abrasadores y fríos a la vez. Lucien se?aló a uno de los mercenarios, y Nymeria se lanzó contra él, una exhalación silenciosa de humo y poder. Lo rodeó con esa bruma extra?a, y el mercenario pareció deshacerse en ella, disolviéndose como una figura de tinta en agua.
-Vaya -murmuró Iliana, la voz ahora cargada de un miedo palpable, viendo la criatura que Lucien había invocado-. Esa mujer estaba completamente loca. Mira lo que ha creado. -En su voz se notaba el asco, el desprecio y el miedo que la atenazaba ante la creación de Elara.
Lucien tomó los Chakrams Vespertilio en sus manos. El metal frío y familiar contra la piel, un ancla en el caos. Con un salto se lanzó hacia los mercenarios que tenían el rostro de Elara. Se encontró frente al primer mercenario y vio los mismos ojos que de ni?o le aterraba, esos ojos violeta con tonos dorados tan característicos, ojos que ahora, en la ilusión de tinta, parecían aún más fríos y crueles.
Esos ojos que, mientras hacían toda clase de experimentos en él, brillaban de una manera específica, un brillo inhumano que ahora entendía como pura obsesión científica. Una sonrisa cruzó su rostro. Diferentes emociones: rabia, dolor, resentimiento; pero también, burla, satisfacción, una paz amarga y retorcida. Y con esa sonrisa en su rostro, de un rápido movimiento cortó al mercenario de tinta por la mitad. Tinta empezó a volar por todas partes, salpicando el suelo y las estatuas como sangre oscura.
-Nymeria -comandó Lucien a la criatura, la voz firme y precisa, enfocada en la tarea.
La criatura obedeció, desplegando una velocidad y precisión quirúrgica. Se abalanzó sobre el siguiente mercenario y, con una precisión impecable, lo cubrió con el humo que la rodeaba. Esta vez, el humo formó lobos, mucho más peque?os que Maha, que empezaron a devorar al mercenario, mordisqueando y royendo la tinta hasta que no quedó nada más que un charco informe.
-Gracias, Iliana -susurró Lucien, la voz cargada de ironía y un deje de crueldad-. Nymeria estaba hambrienta… de no ser por esto, habría tenido un serio problema. La sangre caliente seguía fluyendo por su costado, pero la adrenalina era un analgésico potente.