Una nueva ma?ana comienza dentro de esta isla de mierda.
Han pasado tres días desde que pasó todo eso de Lucía. Lo único bueno es que, luego de que Rundia se sintiera triste por lo que habló con sus padres, finalmente decidimos que hoy sería el día de irnos.
Por suerte no voy a ver más a los viejos locos esos. Han sido un dolor de cabeza todas y cada una de las veces que cruzamos palabras.
Ya está todo listo. Tenemos seis baldes cargados con agua mágica, a los que se les suman tres llenos de frutas, uno con carne ya cocinada y uno con pieles de animales. Todo eso ya está encima de una carreta de tres ruedas que hice. También tenemos dos mochilas saco cargadas, tres lanzas y muchos tablones de madera. Creo que todo eso es suficiente para el recorrido sobre las barreras y empezar sobreviviendo en un nuevo lugar.
De todos modos, no podríamos llevar más carga porque no sabemos si las barreras mágicas pueden soportar tanto peso... Son como más de quinientos kilos entre nosotros y la carga. Creo que sería mejor ir por caminos separados para dividir el peso.
Siendo completamente sincero, a mí me hubiera encantado armarme un barquito y navegar los mares, pero no tengo el conocimiento suficiente para armar algo así, y tampoco podría intentarlo y terminar arriesgando la vida de todos sabiendo que tenemos un tipo de magia que nos puede ayudar a hacerlo más simple.
Sumado a esta situación, ayer terminamos de despedirnos de Tarún y su familia. Fuimos todos juntos para poder arreglar las cosas, y sí, salió mejor que antes del retroceso del tiempo, porque esta vez logramos que Tarún hablara un rato con nosotros y hasta se puso contento de que lo visitáramos, deseándonos cosas buenas para lo que viene.
Volviendo al presente, me fui levantando de la cama con de fondo el sonido del mar rompiendo contra la playa, un murmullo constante que ya se había vuelto parte de mi vida.
Giré la cabeza a un lado y ahí estaba Mirella, pegada a mí como si fuera mi sombra. Su cuerpo peque?o de todavía unos cuarenta centímetros estaba agarrado de mi hombro.
Desde que les conté a todos lo del fin de la maldición y les mostré mi cabeza pelada, no se había despegado de mí ni un instante, y eso se siente extra?o. Mi teoría es que se siente mal consigo misma porque, al igual que Lucía, sabía de la maldición desde el principio y no pudo hacer nada para ayudarme.
Ahora no para de preguntarme cómo hizo Lucía para quitármela, y yo no puedo decirle la verdad. No puedo contarle que mi hermanita en este mundo se colgó de una enredadera para ir a negociar con Sariah, que murió por mí y volvió de la muerte porque el tiempo se rebobinó, así que le doy excusas, respuestas vagas que no la convencen para nada, y ahora está insatisfecha. Creo que piensa que va a sacarme la verdad a fuerza de cercanía.
"Estás muy cerca otra vez, Mirella", murmuré, medio en broma, medio en serio, mientras me sentaba en la cama.
Ella no se movió de mi hombro, solo abrió un ojo verde y me miró con esa cara de sospecha que se había dedicado a poner cuando creía que le estaba escondiendo algo. No dijo nada, claro, pero su silencio era peor que cualquier pregunta. Me estiré, sintiendo cómo los músculos del cuello crujían un poco, y por primera vez en mucho tiempo no había dolor. Nada de esa rigidez que me tenía durmiendo como estatua para no despertarme pelado.
Me puse de pie, despacio para que Mirella cayera sobre la cama y no contra el suelo, y caminé hacia la pared donde estaba mi sombrero de hojas colgado de un pedazo de madera que sobresalía.
Lo agarré con una mano, dispuesto a ponérmelo y salir a enfrentar el día, aunque antes de que pudiera hacerlo, Mirella se lanzó como un rayo, interceptándome el movimiento con su cuerpo, flotando justo frente a mi cara.
"?Espera un momento, Luciano! ?Detente ya mismo ahí!"
"?Eh? ?Qué pasa ahora?"
"?Hay algo nuevo en tu cabeza!"
Tenía los ojos bien abiertos y un tono que mezclaba sorpresa y... ?Acusación? De alguna manera, parecía que algo le molestaba.
Fruncí el ce?o, bajando el sombrero a medias.
"?Qué decís, Mirella? ?Qué puede haber de nuevo? Si es por lo de que está volviendo a crecer, ya me había dado cuenta ayer a la noche".
"No, te lo digo de verdad. ?Hay algo mal aquí!" Insistió ella, acercándose tanto que su vestido casi chocaba contra mi frente.
"Parece que está creciendo de color rojo. ?Rojo, Luciano!"
"?Rojo? ?Estás segura? Recién está saliendo, no puede ser que ya se note tanto, ?no?" Respondí, tocándome la cabeza por instinto y notando los pirinchos cortos.
Justo en ese momento, un sonido desde el otro lado de la habitación me sacó de la discusión. Aya se incorporó de la cama, desperezándose con esa elegancia natural que carga siempre. Sus ojos anaranjados se clavaron en mí y, antes de que pudiera decir algo, ya estaba caminando descalza hacia nosotros.
"?Qué pasa con tu pelo?"
"Buenos días, Aya... No sé, Mirella dice que está creciendo rojo, pero se debe estar confundiendo con los otros dos", respondí, encogiéndome de hombros.
Aya no dijo ni hola. En cambio, se acercó hacia mí y, sin pedirme permiso, empezó a investigarme la cabeza. Sus manos apartaron los dos pelos rojos que quedaban y, de un momento a otro, su nariz estaba prácticamente pegada a mi cuero cabelludo. La sentí olfatear a fondo, como si fuera un zorro rastreando una presa después de varios días sin comer. Por un segundo me quedé inmóvil, sin saber si reírme o apartarla.
Debo decir que la sensación de su nariz oliendo de cerca mi cabeza hizo que se me pusiera la piel de gallina.
Espera... ??También está refregando la punta de su nariz!?
"Es cierto", dijo después de tal intensivo análisis, enderezándose con una mirada seria que contrastaba con lo que acababa de hacer.
"Parece que es rojo. Y tu aroma... sigue siendo el mismo de antes".
"??Su aroma?! ?Qué quieres decir con eso?"
"?N-Nada! Es una forma de decir que le está creciendo muy bien el pelo".
"??Pero es rojo o no?!"
"Sí, definitivamente crecerá rojo".
Ahora la hadita me miraba a mí...
"?Por qué rojo, Luciano? ?Qué hiciste? ?Hiciste algo raro para parecerte a Pyra? ??Por qué no lo pusiste amarillo, como el mío?!"
Su voz se había vuelto un chillido agudo, y sus manos se plantaron en las caderas mientras me miraba como si acabara de hacer todo a propósito. Sus mejillas se pusieron rojas y por un segundo pensé que iba a lanzarme una de sus frases locas para sacarme de quicio, pero no. Estaba genuinamente enojada, o celosa, o las dos cosas.
"Calmate, Mirella... No hice nada raro, ?sí? No elegí el color, ni siquiera sé por qué está creciendo rojo. Capaz que es cosa de Sa... De las partículas mágicas, o qué sé yo. No es que dije ‘ah, voy a copiarle a Pyra para hacerte enojar’. No, yo nunca haría eso".
"Eso no me convence".
Ella comenzó a volar un poco más alto, como si quisiera engrandecer su presencia.
"Seguro que tú y Lucía tramaron algo otra vez, y ahora quieres parecerte a esa tonta de los cuernos. ?Amarillo hubiera sido mucho mejor que el tonto rojo!"
Mejor no le respondo nada. Alargar esta conversación solo va a hacerme demorar.
Aproveché el momento para ponerme el sombrero.
Aya alzó una ceja, mirándola de reojo.
"No creo que Luciano haya elegido esto, Mirella. Si dice que no sabe por qué sucedió, yo le creo. Además, el rojo no está tan mal. Le puede quedar... interesante".
Oh...
"?Interesante? ?El amarillo es mucho mejor que el tonto y estúpido rojo de la enojona de Pyra!"
Así que ahora voy a ser colorado, ?eh? No es que me disguste el imaginarme así, solo que sería extra?o pasar por tres colores de pelo en diez a?os.
No creo que en este mundo alguien se burle de los colorados por supersticiones sin fundamento, ?no?
Mirella me se?aló la cara con un dedo.
"?Hasta sus cejas van a ser rojas, mira! ?También como las de Pyra! ?Qué rabia!"
Y sí. Era obvio lo de las cejas.
?Qué mierda habrá hecho Sariah conmigo? ?Era solo este cambio o había más por venir? Si esto era el precio por quitarme completamente la maldición, lo podía aceptar. Pero algo me decía que lo del pelo completamente rojo tenía otro significado.
***
Después de una larga charla con todos al desayunar, terminamos concluyendo que mi pelo y cejas serán rojos. Les fue difícil aceptarlo, más que todo a mis padres, aunque tampoco es como si pudiera cambiar el color de nuevo.
Pyra se mantuvo al margen, así que no sé qué opina de todo esto.
De hecho, ahora mismo estoy yendo a su habitación después de dejar a mis dos compa?eras de cuarto justamente en nuestra habitación, alegando que iba rápido al ba?o y volvía.
Necesito hablar con Pyra. Es sobre algo importante.
Me detuve frente a la puerta de Pyra. La madera estaba rara, con marcas de ara?azos que no recordaba haber visto antes. ?Habría estado practicando su magia dentro de casa? No, si fuera así, la casa ya no existiría.
Pyra era impredecible, y justo por eso estaba acá. Necesitaba asegurarme de que no nos diera problemas en el viaje.
Levanté la mano y golpeé la puerta con los nudillos, tres veces, firme pero no demasiado fuerte. No quería sonar desesperado, aunque una parte de mí ya estaba calculando cómo manejar esta conversación.
"?Quién golpea mi puerta ahora?" La voz de Pyra salió seca, con ese tono de fastidio que usaba cuando alguien interrumpía su... lo que sea que estuviera haciendo.
"Soy yo, Luciano".
Ella calló por unos segundos, aunque yo escuchaba sus pasos del otro lado.
"?Luciano? Está bien, pasa", contestó, pero ahora más suave, con un matiz que no supe descifrar, como si de repente se hubiera calmado.
Fruncí el ce?o, confundido por el giro. ?Por qué tan amable de repente? Pyra no era de las que cambiaban de humor sin razón. Bajé el picaporte y empujé la puerta, dejando que mis ojos se ajustaran a la enorme entrada de sol que llegaba por la ventana.
Pyra se encontraba sentada en una silla de madera que yo mismo hice, con las piernas cruzadas y el pelo rojo cayéndole como una cascada sobre los hombros; sus ojos rojos me clavaron como si estuviera evaluándome.
"?Qué quieres?"
Había algo en su mirada, una curiosidad que me puso en guardia.
Cerré la puerta detrás de mí, apoyándome contra ella por un segundo mientras pensaba cómo empezar. No quería que esto se convirtiera en una discusión, pero con Pyra nunca se sabía. Era como caminar sobre brasas: un paso en falso y todo se incendiaba. Espero que esa frase no se transforme en algo literal.
"Ya es hora de irnos. Estamos terminando de fijarnos si nos falta algo y Aya ya está lista para empezar a hacer las barreras. Pero antes de eso, quería hablar con vos sobre algo importante".
Ella alzó una ceja, descruzando las piernas y echándose hacia adelante, con los codos apoyados en las rodillas.
"?Hablar? ?De qué? No me digas que ahora quieres que yo lleve esa cosa que nos mostraste".
"?La carreta?"
"Sí, esa cosa".
Solté una risita corta, negando con la cabeza.
"No, nada de eso. Es algo más... serio", respondí, haciendo una pausa y mirándola fijo a los ojos.
"Quiero proponerte que hagamos pacto. Un pacto de no agresión entre vos y yo".
Pyra parpadeó, claramente sorprendida, y luego soltó una carcajada seca que resonó en la habitación.
"?Un pacto de no agresión? ?Qué es esto que me estás diciendo? ?Piensas que soy alguien que te va a intentar matar mientras duermes o qué?"
Al menos sí sabía lo que significaban los pactos.
Por dentro, no pude evitar pensar en diferentes formas de contestarle, como decirle que estaba media loca o que con esa manía tuya de creerse la reina del universo no me extra?aría que un día se levantara de mal humor y decidiera que todos somos el enemigo. Pero no dije nada de eso, obvio. En cambio, mantuve la cara seria, acortando un poco la distancia entre nosotros para que entendiera que no estaba bromeando.
This book is hosted on another platform. Read the official version and support the author's work.
"No es que piense que vas a atacarme porque sos mala. El tema es que estamos a punto de dejar esta isla, de meternos en un lugar que no conocemos, con todos nosotros dependiendo unos de otros. Quiero estar seguro de que vos y yo estamos del mismo lado. Un pacto de no agresión significa que, pase lo que pase, no nos vamos a hacer da?o. Ni vos a mí, ni yo a vos. Simple".
Ella me miró por un momento, con esos ojos rojos que parecían querer leerme el alma. Luego se echó para atrás en la silla, cruzándose de brazos como si estuviera evaluando una oferta de negocios.
"Suena a que no confías en mí, Luciano".
"En ningún momento quise decir eso".
"?En serio?"
"Sí, hasta diría que vos salís ganando más que yo".
"?Y por qué pasaría eso? ?Acaso te crees más fuerte que yo? No olvides que solo eres un humano".
"A ver, Pyra... El problema acá es que vos tenés esa costumbre de enojarte cuando se te da la gana. Y en este viaje no podemos darnos ese lujo. Si no estás de acuerdo, no hay problema... Eso sí, no venís con nosotros".
Eso último fue una jugada arriesgada, y lo sabía. No iba a dejar a Pyra atrás, no después de todo lo que había hecho por la isla. Sin embargo, necesitaba que sintiera la presión, que entendiera que hablaba en serio.
Sorprendentemente, su expresión cambió. Una sonrisa torcida se le dibujó en la cara, y se puso de pie, acercándose a mí hasta que quedamos a medio metro, y juro que sentí un calor raro saliendo de ella, como si su magia estuviera vibrando bajo la piel.
"?Sabes qué? Me resulta interesante cuando te quieres enfrentar a mí con esas palabras raras que usas", dijo, con un tono tan burlesco que hasta me hizo esbozar una sonrisa.
"Está bien, humano. Esta vez seré compasiva y aceptaré tu pedido. No te voy a quemar, ni cortarte, ni a hacerte nada... a menos que seas tonto y me lo pidas, claro".
Me quedé mirándola, intentando descifrar si estaba hablando en serio o solo quería sacarme de quicio. Con Pyra, nunca se sabía. Tragué saliva, manteniendo la compostura, y asentí.
"Perfecto. Entonces estamos de acuerdo. Vos no me atacás, yo no te ataco. Fácil".
Ella dio un paso atrás, todavía con esa sonrisa que no me gustaba nada, y ladeó la cabeza.
"Espera, espera. Una cosa más... ?Con quién más has hecho este pacto tan importante? Porque no soy la única con magia en este grupo, ?no?"
"Solo con Mirella y Forn", respondí, encogiéndome de hombros.
"Mirella porque, bueno, ella lo propuso primero. Y Forn, porque no lo conocía muy bien, pero quería que estuviera de mi lado. Eso es todo".
Pyra alzó ambas cejas, y su sonrisa se volvió más afilada, como si acabara de encontrar una grieta en mi plan.
"?Y Aya? ?Qué pasa con la se?orita esa? Ella tiene magia también, y no me digas que no se te ocurrió pedirle un pacto a ella".
Me quedé en blanco por un segundo.
"?Aya? La verdad, nunca lo había pensado", respondí lentamente.
"Aya es... Aya. Serena, elegante, siempre en control. Nunca la vi como una amenaza, ni siquiera con sus enormes barreras mágicas. Es como si su presencia fuera tan sólida que no necesitara cuestionarla".
"?Ah, sí? ?Eso es todo?"
Ahora que Pyra insistía, me sentía un poco idiota por no haberlo considerado.
"No hace falta darle muchas vueltas. Supongo que nunca se me ocurrió y ya. ?Está mal?"
Pyra soltó una carcajada fuerte, y el cinturón dorado del short brilló cuando movió la cadera hacia un costado, apoyando una mano en ella.
"Oh, Luciano, eres un desastre. ?De verdad piensas que Aya es tan inofensiva?"
"?Qué pasa? ?Tenés algo en contra de ella?"
"No, pero si ella no tiene un pacto contigo, entonces yo tampoco lo haré".
"?Qué? ?En serio vas a ponerte con eso ahora?" Protesté, abriendo los brazos.
"?Ya aceptaste el pacto! No podés venir con condiciones nuevas como si nada".
"Puedo y lo hago", respondió, cerrando los ojos y levantando las manos con las palmas abiertas a la altura de sus hombros con una tranquilidad que me molestó.
"Si quieres que acepte, asegúrate de que Aya también esté con un pacto. Igualdad para todos, ?no?"
Maldita sea, Pyra. Había encontrado la forma de complicarlo todo...
Me pasé una mano por la cara, intentando no perder la paciencia. Lo peor era que tenía algo de razón. Si iba a hacer pactos para asegurarme de que nadie se descontrolara, Aya no debería quedar afuera. Pero la idea de ir a pedirle algo así después de tantos a?os me hacía sentir... raro. Como si estuviera dudando de ella, de su lealtad. Aya siempre había estado ahí, cuidándome, rega?ándome... oliendo mi aroma. ?De verdad necesitaba un pacto con ella?
"A ver, Pyra..."
Antes de que pudiera terminar de responder, la puerta se abrió de golpe, y un torbellino de energía irrumpió en la habitación. Mirella entró volando, con las alas zumbando como si estuviera a punto de declararle la guerra a alguien, y detrás de ella venía Aya, con su yukata blanco impecable y una expresión que era mitad curiosidad, mitad sospecha.
"?Luciano, te dije que no te alejaras tanto! ?Y encima estás con ella! ?Qué están tramando, eh?"
Aya no dijo nada al principio, pero su mirada pasó de mí a Pyra, luego otra vez a mí, y una de sus colas dio un golpecito suave contra el suelo.
"?Qué está pasando aquí, Luciano? Dijiste que ibas al ba?o, no a estar con Pyra".
"Está bien, está bien, calma todos", dije, levantando las manos.
"No estoy tramando nada raro. Solo vine a hablar con Pyra sobre el viaje, y terminamos... discutiendo algo. Un pacto de no agresión, para ser exactos".
Mirella parpadeó, claramente descolocada.
"?Un pacto? ?Con ella? ?Pero si ya tienes uno conmigo!"
"Sí, y con Forn también".
"?E-Eh? P-Pero... ??Por qué necesitas otro con esta... esta mujer de fuego?!"
Pyra soltó un bufido, cruzándose de brazos.
"Cuidado con lo que dices, chiquitina. Yo no soy ninguna mujer de fuego, soy la guardiana de esta isla".
"??Chiquitina?! ?Voy a...!"
Mirella empezó a volar hacia Pyra, pero Aya la detuvo con una mano firme, sin apartar los ojos de mí.
"Explícate, Luciano", dijo Aya, con un tono que no admitía evasivas.
"Si estás haciendo pactos, quiero saber por qué".
La habitación se sentía demasiado chica de repente, con todas esas miradas clavadas en mí, esperando una explicación que no estaba seguro de querer dar ahora. Esto se estaba yendo de las manos, y no me gustaba el rumbo que estaba tomando. Pyra y su condición, Mirella con sus celos, Aya con esa calma... No podía lidiar con esto ahora.
"Miren, dejemos esto por ahora. No quiero que esto se vuelva una discusión loca justo antes de irnos. Hablamos después, ?sí? Cuando estemos más tranquilos, cuando ya estemos en camino o hayamos llegado a algún lado. Ahora solo quiero asegurarme de que todo esté listo para el viaje".
Mirella abrió la boca para protestar, pero la corté con una mirada. No estaba de humor para sus chillidos ahora.
"Mirella, en serio. Después seguimos".
Pyra soltó un bufido, descruzándose de brazos y apoyando una mano en la cadera.
"Humano cobarde", murmuró, pero no insistió.
?Qué buscaba de mí? Sabía que esto no estaba terminado, no con ella.
Aya solo inclinó la cabeza apenas, con las cinco colas moviéndose despacio detrás de ella.
"Como quieras, Luciano... ?Te ayudamos en algo?"
"No, gracias. Cuando vengan Forn y los gnomos, nos vamos".
"Está bien".
"Bueno, me voy a revisar la carreta", dije, dando un paso hacia la puerta mientras escuchaba a Mirella preguntarle a la otra loca si había murmurado algo sobre mí.
Juro que el aire en el pasillo se sintió más ligero en cuanto cerré la puerta detrás de mí.
Mientras caminaba, no pude evitar pensar en Pyra. Qué rarita es, con ese ego del tama?o de la isla entera. Aunque lo que más me descolocó fue lo rápido que aceptó el pacto... y lo rápido que lo complicó con esa condición. ?Por qué hacer eso? ?Qué ganaba? Dijo que no me iba a hacer nada malo, pero con ella nunca se sabe.
Hay que tenerla cortita, muy cortita, porque esta peque?a victoria que se anotó, esa sonrisita que me tiró... No me gusta. Capaz que solo quería sacarme de quicio, o quizás está planeando algo más. No sé, pero no me voy a confiar del todo hasta conocerla mejor. No sabemos qué ha hecho en estos casi mil a?os de vida que tiene, así que me mantendré alerta.
Hoy pareciera que alguien le apostó todo al rojo por mí y la bolita de la ruleta no dejaba de tantear con caer en el negro. Solo espero que la suerte termine estando de nuestro lado.
Llegué a la sala principal, donde el sol entraba a través de las ventanas. Me detuve un segundo, apoyando una mano en la pared, y respiré hondo. Todo esto del viaje, los pactos, la maldición que se fue y me cambió el color de mi vello corporal era una mochila pesada. Aun así, no podía quedarme pensando en eso ahora. Había que moverse, seguir adelante, como siempre.
Estaba a punto de salir por la puerta principal cuando un grito cortó el aire desde el exterior.
"??Luciano!! ??Luciano, ?dónde estás?!! ??Hermano mayor!!"
Era Lucía. Su voz sonaba aguda, urgente. Mi corazón dio un salto y, sin pensarlo dos veces, eché a correr hacia la puerta principal, con el sombrero tambaleándose en mi cabeza.
"?Lucía!"
El sol me pegó en la cara cuando rodeé la casa, cegándome por un segundo, aunque eso no me detuvo. Mis ojos buscaron a Lucía en la playa, y ahí estaba, a unos metros de la costa, corriendo hacia mí con los brazos agitándose sobre su cabeza.
"?Qué pasa? ?Estás bien?" Pregunté cuando ella se detuvo frente a mí, con el pecho subiendo y bajando por la corrida.
Ella me agarró de la remera con las dos manos, como si necesitara anclarse a algo.
"?Hermano mayor, acabo de...! ?Acabo de ver un montón de pájaros volando hacia el horizonte! ?Por allá, justo de este lado de la costa!" Se?aló con la cabeza hacia el mar, donde el cielo se fundía con el agua en una línea brillante.
Fruncí el ce?o, confundido, mirando más hacia arriba. El cielo estaba despejado, con unas pocas nubes blancas flotando perezosas, pero no había ni un solo pájaro. Ni un movimiento, ni un graznido, nada. Solo el brillo del sol reflejándose en el agua y el vaivén de las olas.
"?Pájaros? Creo que eso es imposible", dije, volviendo a mirarla, con una mano en la nuca.
"En los diez a?os que llevo en esta isla, nunca vi un solo pájaro de verdad. Ni uno. Ni gaviotas, ni palomas, ni nada que vuele. ?Estás segura de que no fue... no sé, un reflejo o algo por el estilo?"
Lucía negó con la cabeza tan rápido que su pelo casta?o se despeinó más de lo que ya estaba.
"?No, no, no! ?Eran pájaros, te juro! Eran un montón, como... como cien o más. Volaban alto desde el bosque y luego bajo sobre el agua. Se fueron hacia allá", insistió, se?alando de nuevo el horizonte, ahora con una mano.
"?Y encima creo que eran rojos!"
"?Rojos?"
"?Creo que sí!"
Me quedé callado, mirando el horizonte otra vez. Lucía no era de inventar cosas, menos a mí. Si decía que había visto pájaros... rojos, entonces los había visto. El problema era que eso no tenía sentido en mi cabeza. ?Pájaros pasando por esta isla de repente? ?Después de diez a?os sin ver ni una pluma que no sea de los hombres pájaro? Algo no cuadraba.
Para colmo, otra vez el rojo presente.
Antes de que pudiera decir algo más, escuché pasos rápidos detrás de mí. Me di vuelta y vi a Rundia y Rin corriendo hacia nosotros desde la casa, con caras de preocupación. Rundia tenía el pelo casta?o revuelto y Rin traía una lanza en la mano, como si pensara que los gritos eran por algo peligroso.
"?Luciano, Lucía! ?Qué pasó? ?Por qué... esos gritos?" Preguntó Rundia, frenando a nuestro lado, con una mano en el pecho para recuperar el aire.
Rin se paró al lado de ella, mirando a su alrededor como si esperara que un monstruo saliera de la arena.
"?Están bien? ?Alguien los atacó?"
Lucía soltó mi remera, todavía con los ojos brillando de emoción.
"?No, no, estamos bien! ?Es que vi pájaros! ?Un montón de pájaros volando muy lejos, justo por allá!"
Se?aló una vez más, con tanta energía que casi se tropieza.
Rundia parpadeó, confundida, y miró a Rin, que alzó una ceja.
"?P-Pájaros?" Repitió ella, frunciendo el ce?o, aunque los abrió bien grandes de repente.
"?No me digas que volvieron los hombres pájaro!"
"?No, no, no son los hombres pájaro!"
Lucía agitó las manos frente a Rundia, con la voz subiendo de tono por la urgencia. Su pesta?a... roja parecía brillar más bajo el sol mientras intentaba explicar.
"?Son animales, mamá! Como... como peces, pero con alas, ?sabés? Volaban todos juntos, eran un montón, y creo que eran rojos, como el pelo de Pyra. ?Eran hermosos!"
Rundia seguía con la respiración agitada, pero su cara se suavizó un poco al escuchar a Lucía.
"Animales... ?con alas? ?Qué es 'alas'?" Respondió, mirando a Rin como si él tuviera alguna respuesta mágica.
"Aunque, hija, ?estás segura? Nunca vimos nada así en este lugar".
"?Segurísima!"
Lucía dio un saltito, todavía se?alando el horizonte.
"Y las alas son como las que usa Mirella para volar. Y eran rápidos, mamá. ?Tenías que verlos!"
"No puedo creer que me estés contando algo así, hija. Qué pena no haberlo visto".
Rin, que seguía agarrando la lanza con fuerza, relajó los hombros un poco, aunque sus ojos negros seguían escaneando la playa como si lo que nombramos pudiera volver.
"Eso suena... raro. Luciano, ?tú qué piensas? ?Es posible que haya peces volando?"
Dios mío...
"Lo de los peces era solo una forma que tuvo Lucía de decirlo; no es que haya peces volando, sino que son otros animales que al parecer todavía no habíamos visto".
Noté que Rin ahora solo miraba al frente, sin prestar atención a lo que yo decía.
"Papá, ?me estás escuchando?"
De pronto un grito se escuchó a mis espaldas.
"?Oigan! ??Vieron esas cosas raras que se parecían a Mirella?!"
Me quedé helado. Esa voz... Tariq. Mierda. Giré la cabeza por instinto, y ahí estaba, como a una cuadra de distancia, corriendo hacia nosotros por la arena con Yume detrás de él. Llevaba una piedra de caza en una mano, y su pelo negro estaba todo revuelto, como si hubiera estado peleándose con el viento.
"Miren, ahí viene Tariq con Yume", comentó Rundia.
"Mierda..." Murmuré por lo bajo, pasándome una mano por la nuca.
No quería verlo. No quería hablar con él, no después de todo. La despedida con Tarún había sido lo suficientemente incómoda, y aunque la última vez, la que todos ellos habían vivido, había salido mejor, no tenía ganas de cruzarme con Tariq ahora, no con todo lo que estaba pasando. Pero su grito confirmaba algo: los pájaros eran reales. Esto estaba pasando de verdad.
"Ya debe estar por llegar Forn", dije al aire y me fui al carajo.
Mi cabeza ya estaba en otro lado, dando vueltas a lo de los pájaros, al rojo, a Sariah. ?Había metido mano en esto? ?Era otra de sus jugadas crípticas para decirme algo? Primero me cambia el pelo, ahora aparecen pájaros rojos que nadie ha visto nunca... No podía ser casualidad. Sariah siempre debía de estar un paso adelante, moviendo los hilos de este mundo como si fuera su tablero de ajedrez personal. Y yo, como ha sido desde el principio, era el rey.
Hay partículas brillando al fondo del bosque... Forn ya está acá junto a los gnomos.
"??Ay, hija!! ??Por qué tienes el pie así, como tu hermano?!" Gritó Rundia.
Mierda, parece que ya notó su falta de u?as. Espero que mi mamá-hermana ya haya preparado una excusa convincente.
***
Se terminó la espera; nos encontramos justo direccionados hacia donde los pájaros se dirigían, con Aya delante de nosotros, cargando un balde lleno en su brazo y lista para comenzar a utilizar su magia.
Decidimos que hacer dos barreras, una al lado de la otra, es la mejor opción; a la izquierda irán los gnomos con Rin y Rundia llevando la carreta, mientras que todos los demás iremos a la derecha, detrás de Aya.
Las gemelas se encargarán de llevar en sus hombros las mochilas saco, que están cargadas con algo de oro, el peine, platos, cubiertos y algunas vasijas peque?as de arcilla con tapa.
Miré a mi derecha, y ahí estaba Tariq, a unos metros, levantando una mano para saludar. Yume estaba con él, y hasta se habían dado el lujo de traer a Tarún y Kiran hasta acá.
También estaba Fufi, aunque realmente nadie sabía cómo carajos se había enterado. Nunca comprenderé a ese animal.
"?Bueno, todos listos!" Grité, levantando un brazo con fuerza, sintiendo cómo la adrenalina me recorría el cuerpo.
"?Damos comienzo a la expedición sobre el agua para encontrar nuevas tierras y una nueva vida!"
Esto era real, nos íbamos a la mierda. íbamos a cruzar el agua, a dejar atrás este lugar lleno de recuerdos, de dolor, de todo lo que nos había marcado. Miré a Aya, esperando ansiosamente que empezara a formar las barreras mágicas, esos rectángulos verdes y traslúcidos que nos llevarían sobre el mar. Pero no pasó nada. Ella seguía parada, inmóvil, con el balde colgando de su antebrazo y la mirada fija en el horizonte. Sus colas ni siquiera se movían ahora, y eso me puso los nervios de punta.
?Por qué no avanzaba?
Quise dar un paso hacia ella. Sin embargo, mi cuerpo no respondió. Fue como si alguien hubiera clavado mis pies en la arena. Intenté mover un brazo, la cabeza, cualquier cosa, pero nada. Ni siquiera podía girar los ojos para mirar a Lucía o a los demás. ?Qué carajo estaba pasando? Era como si el mundo entero me hubiera atrapado en una jaula invisible, y no podía hacer nada más que mirar al frente, a Aya, a la playa, al mar que se extendía infinito.
Y entonces, todo empezó a moverse al revés.
Ahora sí lo entendía; no era ni rojo ni negro el resultado de la tirada, nos había salido verde, y no el de la esperanza.