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Capítulo 71: Mi realidad.

  Un balde de madera tirado en el suelo... El cuerpo de una ni?a colgando de un árbol...

  Mi mente se negaba a aceptarlo, pero mis ojos no mentían. Era Lucía.

  Estaba colgada del cuello, con los ojos negros abiertos y vacíos, mirando a la nada. Esa pesta?a roja en su párpado derecho seguía ahí, brillante como siempre, pero ahora parecía una burla, un detalle cruel en medio de algo que no tenía sentido. Su boca estaba apenas entreabierta, como si hubiera querido decir algo antes de que la enredadera le quitara el aire, y su piel estaba pálida, más pálida de lo que la había visto nunca, con un tono grisáceo que me revolvió el estómago.

  "No... No, no, no, no..." Las palabras se me escaparon solas en un murmullo roto.

  "??Qué hiciste?!" Grité, con la voz quebrándose mientras corría hacia ella, tropezando con las raíces y las hojas podridas.

  Llegué abajo del árbol y levanté la vista, y ahí estaba mi hermanita, mi mamá, colgando como si el mundo entero se hubiera rendido con ella. No se movía. No respiraba. La enredadera le apretaba el cuello con una fuerza cruel, y su cabello se movía apenas con la brisa.

  Mis manos empezaron a temblar mientras levantaba los brazos hacia ella. No podía pensar, no podía razonar. Solo podía actuar. Clavé los dedos en una de sus piernas, sintiendo la piel fría bajo mis u?as, y dejé que la magia saliera de mí como un torrente descontrolado.

  "?Te voy a bajar de ahí, mami!"

  La cuerda verde se rompió con un chasquido cuando terminé de usar mi magia, y Lucía cayó al suelo frente a mí, desplomándose como si su cuerpo no valiera nada.

  Me tiré de rodillas a su lado, agarrándola por los hombros y sacudiéndola con desesperación.

  "?Lucía! ?Despertate, mami, por favor!" Mi voz era un desastre, un grito ahogado que apenas salía.

  Le saqué lo que quedaba de enredadera y puse las manos en su cuello, buscando un pulso, algo, lo que sea, pero no había nada. Su piel estaba fría, demasiado fría, y una marca roja le cruzaba la garganta como una cicatriz.

  "No, no, no te me vayas, no me hagas esto..." Le pegué en el pecho una, dos veces, como si eso fuera a traerla de vuelta, pero su cuerpo solo se movía por la fuerza de mis golpes, flojo, vacío.

  Me quedé mirándola, con las manos temblando sobre su pecho, y de pronto sentí que el aire se me escapó de los pulmones de golpe, como si alguien me hubiera dado un pu?etazo en el estómago. No podía respirar. Mi pecho se apretaba, subiendo y bajando rápido, pero no entraba aire. Las manos me sudaban, frías, y un zumbido horrible me llenó los oídos, apagando el sonido del bosque.

  Me caí hacia atrás, apoyándome en los codos, y mi vista se nubló mientras miraba su cara inmóvil.

  Esto no puede estar pasando... No debería haberla dejado ir... ?Me equivoqué!

  En el arroyo, cuando se fue corriendo, debería haberla seguido, debería haberla agarrado y obligado a hablar conmigo. ?Por qué la dejé ir? ?Por qué no insistí? Las imágenes del arroyo volvieron a mí como un martillazo: ella levantándose de golpe, diciendo que la iban a retar, caminando rápido con la cabeza baja. Y yo parado como un idiota, pensando que necesitaba espacio, que ya me iba a contar después.

  Soy un estúpido, un maldito estúpido... Si la hubiera seguido, si la hubiera abrazado, esto no estaría pasando. No estaría muerta.

  Muerta... Esa palabra era horrible.

  Un sollozo se me escapó de la garganta junto con varias lágrimas. Me arrastré hacia ella otra vez, tomándole la cara con las manos, como si tocarla pudiera devolverle la vida.

  "Mami, perdoname... Perdón por no haber estado ahí, por no ver que estabas tan mal..." Murmuré, faltándome todavía el aire.

  Las lágrimas me quemaban los ojos y me hacían poner más borrosa la vista. Estaba demasiado shockeado, demasiado roto.

  "?Por qué lo hiciste? ?Fue por mí? ?Fue por... la maldición?"

  El tan solo pensar en que esto sucedió porque ella quería ayudarme me hizo estremecer más de lo que ya estaba.

  "?L-Lo hiciste por mí...? ?Para ir con Sariah? ?Para hablarle de la maldición y pedirle que me salve?"

  Pensé en las partículas, en cómo siempre mencionaban mi nombre y el de Sariah, en cómo Lucía se había obsesionado con escucharlas, escapándose al arroyo una y otra vez.

  ?Acaso se había cansado de esperar? ?Pensaba que yendo con ella podía hacer algo por mí?

  "?No tenías que hacer esto! ?Yo lo estaba manejando! ?Iba a encontrar una forma de sacarme esta mierda de encima sin que vos tuvieras que...!"

  No terminé la frase. Mi voz se quebró, y me tapé la boca con una mano, temblando como si el suelo fuera a tragarme.

  Miré su cara otra vez, esos ojos que ahora estaban cerrados y que no sabía cuándo volverían a abrirse.

  Esto no puede ser el final... No puede serlo. El tiempo... El tiempo tiene que volver atrás. Lucía va a volver. Sariah no me haría esto, no me quitaría a mi mamá... No después de todo lo que he pasado.

  Me aferré a esa idea como un náufrago a un pedazo de madera, repitiéndomela en la cabeza mientras mi pecho seguía subiendo y bajando sin control para tomar algo de aire.

  Va a volver... Tiene que volver... Sariah me trajo a este mundo, me dio a Lucía, no me la va a arrancar así. El tiempo va a dar marcha atrás, y ella va a estar viva otra vez, corriendo por el arroyo, riéndose como siempre...

  Pero no pasaba nada. El bosque seguía igual, silencioso, indiferente. Lucía seguía inmóvil frente a mí, con la marca de la pérdida de la vida en su cuello. Mi magia no podía hacer nada, no podía rebobinar el tiempo, no podía traerla de vuelta.

  "?Sariah, hacé algo, mierda!" Grité al aire, con la voz rasposa, mirando al cielo entre las copas de los árboles.

  Nada. Solo algo de viento moviendo las hojas, como si el mundo entero se estuviera burlando de mí. Me tiré contra Lucía, abrazándola contra mi pecho, apretándola tan fuerte que mis brazos dolían.

  "No te vayas, mami... No quiero estar solo otra vez..." Murmuré contra su pelo, sintiendo cómo el pánico me comía vivo.

  Mi corazón latía tan rápido que pensé que iba a explotar, y mi respiración ya era un desastre, jadeos cortos que no servían para nada.

  "Debería haberla seguido... Debería haberla detenido... Esto es mi culpa..."

  Sí, era mi culpa. Todo por querer quedar bien con los demás y dejar a un lado lo más importante que tenía.

  La sacudí otra vez, como si eso fuera a despertarla, pero su cabeza solo cayó floja contra mi hombro, y eso me rompió todavía más.

  "?Despertate, por favor! ?No me hagás esto!"

  Me quedé así, abrazándola, temblando, con la cabeza dándome vueltas y el cuerpo entero fuera de control. No sabía qué hacer, no sabía cómo seguir. Todo en lo que había estado trabajando: el plan de escape, las plantas, las despedidas, se sentía inútil ahora. Sin Lucía, nada tenía sentido. Ella era mi ancla en este mundo, y ahora estaba muerta por una decisión que no entendía.

  Un recuerdo de aquella charla en la sala principal de los pasadizos recorrió mi mente. Sí, cuando aquella vez me preguntó si había estado pensando en hacer 'eso', y que, si era tan necesario, ella lo haría por mí.

  Pasado un tiempo, esa peque?a conversación quedó en el olvido para mí. Lo tomé como una simple advertencia de parte de ella para que yo no volviera a tener ese tipo de pensamientos cuando algo saliera mal. Pero al final parece que no era así; me lo estaba diciendo de verdad.

  Ella debe haber pensado que perder las u?as de un pie no es nada, porque esto de revivir... de volver el tiempo atrás con la muerte... Uno lo va asimilando, ?no? Cuando sabés que es posible, que ya pasó antes, que tu alma puede saltar de un cuerpo a otro, de un mundo a otro y también mantenerse en el mismo, es una opción, una salida.

  Cuando todo sale mal, cuando el dolor es demasiado, siempre eso está ahí, en el fondo de la cabeza, susurrándote que podés resetear todo, borrar el error y empezar de nuevo. Es imposible sacarlo de la mente, porque esa es nuestra realidad, la de Lucía y la mía. Somos reencarnados, sabemos lo que hay detrás de este mundo, de este universo. Sabemos que Sariah puede mover los hilos, que el tiempo no es fijo, que la muerte no es el final, sino un maldito botón de reinicio.

  Y esto es algo que ya había pensado antes, pero ahora al verlo en carne propia me aterra incluso más. Porque si esto es real, si Lucía lo hizo por mí, por la maldición, por ir a hablar con Sariah o lo que sea que haya pensado, entonces ella también lo tenía bien metido en la cabeza. Que morir es una solución. Que podía matar este cuerpo, esta vida, y volver después como si nada, con una nueva oportunidad. Pero no es tan simple, ?verdad? No es solo perder un pedazo de carne. Es algo más grande, algo que se te va de adentro, un pedazo del alma que no vuelve igual.

  No pude evitar abrazarla más fuerte al pensar en todo eso.

  Yo estoy acá, vivo, tratando de sacar este mundo adelante porque Sariah me lo pidió, porque es mi propósito, mi misión, para compensar a Sariah por haberme regalado la oportunidad de seguir viviendo. Pero, ?a qué costo? Cada día que paso en esta isla siento que me hundo más, que la felicidad se me escurre entre los dedos como el agua del arroyo. Y si no me hago más fuerte, si no logro proteger a los que quiero, si no consigo que nadie más nos haga da?o, voy a terminar siempre así: llorando sobre un cuerpo, mirando cómo todo se derrumba otra vez. Y ese pensamiento oscuro, el de acabar con todo y dejar que el tiempo dé marcha atrás, nunca se va a ir. Es como una sombra malvada que nos sigue hasta que podamos vencerla.

  Pero no quiero eso. No quiero vivir pensando que la muerte es mi salida fácil. No quiero que Lucía lo haya hecho por eso.

  Me pregunto si ella habrá tenido los mismos pensamientos que yo en algún momento, aunque creo que se terminó cansando de pelear, de escuchar a las partículas sin respuestas claras, de verme sufrir con esta maldición del Rey Demonio, pensando en que tal vez podría escalar en algo peor.

  Pasó un rato. No sé cuántos minutos. El bosque seguía igual, con el viento moviendo las hojas y algunos animales cruzando frente a mí. El tiempo no volvió atrás. Lucía no respiró otra vez. Y eso me golpeó duro, porque siempre había pensado que, en un momento como este, algo pasaría. Que el mundo se detendría, que el reloj daría marcha atrás como aquella vez que estaba despidiéndome de Tariq en la playa luego de fabricar un hacha. Pero no. Solo estábamos ella y yo, y ella estaba muerta, y yo estaba solo.

  Solté un suspiro tembloroso y me sequé las lágrimas con el dorso de la mano, dejando un rastro húmedo y sucio en mi cara. Mis ojos seguro que estaban hinchados, y me dolía la cabeza, pero ya no podía seguir llorando. No servía de nada. Miré el suelo a mi alrededor y vi el trozo de enredadera rota tirado en el suelo. A un metro de ahí estaba el balde de madera, aquel que Lucía había pateado antes de...

  Me levanté despacio, con las piernas temblándome por el esfuerzo. Dejé a Lucía en el suelo con cuidado, acomodándole la cabeza contra una raíz para que no quedara torcida, como si eso importara ahora.

  Agarré el trozo de enredadera con las dos manos, sintiendo la textura de algunas hojas contra mis palmas, y caminé hasta el balde. Lo di vuelta con el pie, poniéndolo boca abajo, y me subí encima, tambaleándome un poco hasta encontrar el equilibrio.

  La enredadera colgaba de mi mano, y la levanté despacio, uniendo un extremo con el otro trozo amarrado en la rama con mi magia. Ahí estaba otra vez, una soga perfecta, casi sin balancearse. Me quedé mirándola fijamente, con el corazón latiéndome fuerte en el pecho.

  ?Así se sintió ella? ?Parada acá, mirando esto, pensando en lo que venía después? ?O no pensó nada y solo lo hizo, como un impulso? No lo sabía. No podía saberlo.

  Todas las veces que yo morí... ?Alguien lloró así por mí? ?Se rompieron así, con las manos temblando y el alma hecha pedazos, preguntándose por qué? Nunca lo había pensado tanto, no de esta forma. Siempre asumí que mis muertes habían sido un corte limpio, un pase de página. Pero ahora, viendo a Lucía, entendí que no era así. La muerte no es solo de uno. Es también de los que se quedan, solo que luego del reinicio ellos ya no conservan la memoria, en cambio yo sí.

  The tale has been stolen; if detected on Amazon, report the violation.

  Rodeé la enredadera con una mano y usé mi magia para desatarla y la hice un bollo, sosteniéndola por unos segundos.

  Por un momento sentí que la enredadera me llamaba y me temblaron las piernas encima del balde, pero apreté los dientes y me enderecé, mirando el bollo como si fuera un enemigo al que podía vencer.

  Este no era el final. No podía serlo. Lucía se había ido, sí, pero ella era como yo: un alma que no se rendía tan fácil. Si lo había hecho por mí, si se había colgado de esa enredadera para ir a hablar con Sariah y pedirle algo, lo que sea, entonces iba a volver. Tenía que volver. Sariah me había traído a este mundo, me había dado a Lucía como mi ancla, y no me la iba a quitar para siempre. Esta situación era una mierda, un golpe bajo, pero no el final de la historia.

  "Te voy a esperar acá, mami", murmuré.

  "Vas a volver. Sé que vas a volver. Andá a hablar con Sariah, hacé lo que tengas que hacer. Yo te espero acá".

  Solté un suspiro largo, entrecortado. No iba a sufrir así otra vez. No iba a dejar que nadie más me rompiera el alma de esta manera. Esta iba a ser la última vez que lloraba por una pérdida, la última vez que me sentía tan inútil, tan perdido. Me lo prometí a mí mismo, ahí parado, con el bosque callado a mi alrededor. Por Lucía, por mí, por todos los que todavía estaban vivos y confiaban en mí, iba a seguir adelante.

  Y entonces, lo tiré con todas mis fuerzas hacia delante. Esa cosa había sido una trampa, una salida que no debía usarse.

  "?Esta cosa no es una solución!"

  Mis manos temblaban, pero no de miedo, sino de una mezcla rara entre furia y alivio. Había tomado una decisión: no iba a dejar que esto me hundiera. No iba a caer en la misma trampa que Lucía. Iba a esperar, iba a pelear, iba a seguir adelante.

  Y entonces, como si el mundo entero hubiera escuchado mi promesa, todo se detuvo.

  El viento dejó de mover las hojas. El bosque se volvió un cuadro congelado, silencioso, como si alguien hubiera apretado una pausa en el tiempo. Y entonces, algo más pasó: unas pocas hojas que estaban en el suelo empezaron a levantarse, como si una corriente invisible las estuviera chupando hacia arriba.

  Yo ya sabía muy bien lo que estaba pasando; había llegado la hora de que Lucía volviera a la vida.

  Al final todo empezó a moverse al revés. Las hojas volvieron a los árboles, pegándose a las ramas como si nunca se hubieran caído. El bollo de enredadera que había tirado volvió solo hacia mi mano, como si lo estuviera recogiendo. Luego me vi volviendo a poner la soga para después volverla a quitar, y el mundo giró a mi alrededor en un remolino loco de imágenes y sonidos que no podía seguir muy bien porque me mareaba.

  Era como ver una película rebobinándose a toda velocidad. Mi propia figura corría hacia atrás, alejándome de Lucía, que ahora volvía a estar colgada, y de pronto estaba caminando marcha atrás hacia la cueva de Tariq otra vez, saludando a Yume, a Kiran, a Tariq, pero al revés, con las palabras saliendo torcidas y rápidas. Vi a Tarún sentado en la penumbra, inmóvil, y luego me vi saliendo de la cueva, caminando por la playa hacia atrás.

  Me quedé parado, con la boca abierta y el corazón en la garganta. Todo había vuelto al momento exacto en que estaba viendo a Aya, justo después de que me rega?ara por escaparme sin avisar. Miré mis manos, temblando todavía, pero ahora por una razón distinta.

  "?Lucía!" Grité, sin pensarlo dos veces, y eché a correr hacia el bosque.

  Realmente espero que Aya no me haya escuchado.

  Mis piernas casi que se movían solas, impulsadas por una mezcla de pánico y esperanza que me quemaba por dentro. Sabía dónde estaba, sabía lo que había pasado, o lo que iba a pasar, y realmente no tenía idea de en qué situación la había dejado Sariah. Corrí entre los árboles, esquivando ramas y raíces con una precisión que de pronto parecía implacable.

  "Lucía, ??dónde estás?!"

  Seguí corriendo, con el sombrero de hojas que ella me había hecho casi escapándose de mi cabeza. El sudor me caía por la frente y la espalda, pero no me importaba. Tenía que encontrarla y ver que estuviera bien. Las partículas mágicas brillaban a mi alrededor, flotando en el aire, y por un segundo pensé que quizás ellas también querían verla viva.

  También estaba la bola mágica de Mirella siguiéndome por encima de mi cabeza.

  Y entonces la vi.

  Venía corriendo hacia mí, entre los árboles, con su ropa roja y el cabello marrón oscuro volándole en la cara. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Corría con los brazos abiertos, como si me hubiera estado buscando tanto como yo a ella.

  "?Hijo!" Gritó, con la voz quebrada, y se lanzó hacia mí.

  Nos chocamos en un abrazo tan fuerte que casi me tira al suelo. La envolví con mis brazos, apretándola contra mi pecho como si fuera lo único que me mantenía vivo. Sus manos se aferraron a mi remera verde, y sentí cómo temblaba contra mí, con sus sollozos sacudiéndole todo el cuerpo. La abracé más fuerte, enterrando la cara en su pelo, y por un momento no pude decir nada. Solo podía sentirla viva, respirando, aquí conmigo.

  "Perdoname, hijo..." Murmuró entre lágrimas, con la voz ahogada contra mi hombro.

  "Perdoname por lo que hice... Sentí que era mi deber, que tenía que ir con Sariah porque se me acababa el tiempo, que tenía que hacer algo por vos, por la maldición... No sabía qué más hacer..."

  Sus palabras me pegaron duro, pero no me sorprendieron. Ya lo había sospechado, ya lo había visto en mi cabeza mil veces mientras la sostenía muerta en el bosque. Levanté la cabeza un poco, sin soltarla, y le acaricié el pelo con una mano, intentando calmarla. Aunque yo mismo estaba al borde de quebrarme otra vez.

  "Te perdono, mami... Te perdono solo porque ya acepté la realidad en la que vivimos vos y yo. Somos reencarnados, sabemos que el tiempo puede dar marcha atrás, que la muerte no es el final... Pero esto, lo que hiciste, es una marca que tal vez nunca te puedas sacar, ni siquiera volviendo el tiempo atrás".

  "Sí, lo sé... Perdón".

  "Es que verte así, muerta, colgando de esa enredadera... No sabés lo que fue para mí. No quiero volver a pasar por eso nunca más".

  Ella levantó la cara, mirándome con esos ojos negros llenos de lágrimas y culpa.

  "A Sariah tampoco le gustó nada... Me encontré con ella después de... después de lo que hice. Estaba furiosa, me gritó que no era la forma, que a ella no le gusta que alguien haga algo así. Me torturó, me quitó las u?as de los pies con rabia. Pero al final... al final logré que quitara tu maldición, hijo. Le dije que no podía verte sufrir más, que no podía seguir viendo cómo te consumías por culpa del Rey Demonio. Ella aceptó, pero... dijo que vendría con un cambio en vos. No me dijo qué. Solo que iba a ser diferente, que todos íbamos a notarlo en poco tiempo".

  Fruncí el ce?o, todavía abrazándola, mientras procesaba todo lo feo que acababa de decirme, con mi atención desviándose a esas palabras finales. ?La maldición se había ido? ?Por fin estaba libre de esa mierda que me tenía perdiendo pelo y retorciéndome de dolor? Miré mis manos por un segundo, como si esperara ver algo distinto, pero seguían iguales. Un cambio en mí... ?Qué carajo significaba eso? ?Qué me iba a pasar ahora?

  "?Un cambio? ?No te dio ni una pista de qué iba a ser?"

  Lucía negó con la cabeza, secándose las lágrimas con el dorso de la mano.

  "No... Solo dijo que lo íbamos a notar muy pronto, que era parte del precio por quitarte la maldición sin tenerte presente. No sé si es algo bueno o malo, hijo. Pero al menos... al menos ya no vas a sufrir por eso. Lo hice por vos, aunque fuera de la peor manera".

  "Solo espero que no sea algo malo".

  "Lo mismo digo yo..."

  Suspiré hondo, apretándola un poco más contra mí antes de soltarla despacio. Le puse las manos en los hombros y la miré fijo a los ojos, intentando que entendiera lo que iba a decirle.

  "Escuchame, mami. No importa lo que pase conmigo, qué cambio venga o lo que me tenga preparado Sariah y este mundo. No vuelvas a hacer algo así nunca más. No quiero que pienses que tu vida es un precio que podés pagar por mí o por nadie. Somos un equipo, ?entendés? Vamos a enfrentar lo que venga juntos, sin que vos tengas que hacer algo tan feo. Prometémelo. Prometeme que no vas a hacerme pasar por algo así de nuevo".

  Ella asintió rápido, con los ojos todavía brillantes por las lágrimas.

  "Te lo prometo, hijo. No lo voy a hacer otra vez. Me quedo con vos, siempre".

  Se mordió apenas el labio como si quisiera contener más llanto.

  "Me lo prometés de verdad, ?no?"

  "Sí, de verdad".

  "Uhm..."

  "?También fue muy duro para mí! ?Acaso creés que no tuve miedo antes de hacerlo?"

  "Sí, me imagino... Aunque la verdad es que no me gustaría saber los detalles".

  "?Hijo, esperá!" Lucía se apartó un poco de golpe, con los ojos bien abiertos, como si acabara de acordarse de algo importante.

  Sus manos quedaron un segundo en el aire antes de agarrarme los brazos.

  "?Qué pasa, mami?"

  La miré, frunciendo el ce?o, con el corazón acelerándose otra vez. Después de todo lo que había pasado, cualquier cosa que dijera con esa cara me ponía en alerta.

  "Es que... Sariah me dijo algo más antes de mandarme de vuelta".

  "?Qué cosa?"

  "Que te quitaras el sombrero".

  Sus ojos se clavaron en la prenda de hojas.

  "?Que me quite el sombrero?"

  Parpadeé, confundido, tocándome el borde con una mano.

  "?Por qué? ?Qué tiene que ver el sombrero con todo esto?"

  Lucía negó con la cabeza, mordiéndose el labio otra vez.

  "No sé, hijo. No me explicó nada más. Solo dijo eso, que te lo quitaras, y después me trajo de vuelta. No me dio tiempo a preguntar".

  Tan típico de Sariah...

  "?Acaso el sombrero está maldito o qué? ?Es eso lo que me va a cambiar ahora?"

  Antes de que pudiera hacer algo, Lucía estiró las manos de golpe y me lo arrancó de la cabeza con un movimiento rápido.

  "?Mami, qué hacés!" Grité, más por sorpresa que por enojo, pero entonces algo cayó al suelo frente a mí.

  De repente, había un montón de pelo casta?o desplomándose a mi alrededor como si hubiera estado atrapado suelto todo este tiempo. Me quedé helado, mirando el desastre a mis pies, y llevé las manos a mi cabeza por instinto.

  "?No, no, no, qué mierda!"

  Mis dedos tocaron piel lisa, demasiado lisa, y noté que solo quedaban dos mechones finos colgando en la parte de arriba. Solo dos pelos... ?Acaso no serán...?

  "?Mi pelo! ?Se cayó todo!"

  Lucía me miró fijamente, con los ojos bien abiertos, y se acercó un paso, inclinando la cabeza como si estuviera estudiándome.

  "Esperá, hijo... No había notado que ya tampoco tenés cejas".

  Levantó una mano para tocarme la frente, como si necesitara confirmarlo.

  "?Qué?"

  Bajé las manos de golpe y me pasé los dedos por encima de los ojos. Nada. Ni un pelo, ni un rastro. Solo piel desnuda.

  "?No puede ser! ?Todo? ?Todo se fue? ?Y yo que me preocupé tanto para que no se salieran!"

  Me incliné rápido a recoger el sombrero de su mano. Respiré hondo, intentando calmarme, y me enderecé despacio.

  "Bueno... Pensándolo bien, tiene sentido, ?no? Si Sariah me quitó la maldición, capaz que el pelo tenía que caerse del todo para empezar de cero. Como... como un reinicio, ?viste? Tal vez ahora me crezca nuevo".

  Lucía asintió, pero no parecía muy convencida. Sus ojos seguían recorriendo mi cara, deteniéndose en mi frente pelada y en los dos pelos posiblemente rojos que colgaban como un chiste cruel.

  "Puede ser, hijo... Pero igual te ves raro sin cejas. No sé cómo no lo vi antes".

  "Gracias, mami, muy alentador", respondí, poniendo los ojos en blanco, aunque una risita se me escapó.

  Me pasé una mano por la cabeza otra vez, sintiendo la piel desnuda bajo mis dedos. Era raro, sí, pero no tan terrible como el pensar en el dolor de cuello todos los días o la caída lenta que había tenido antes.

  "Bueno, al menos ya no me va a doler el cuello. Eso es un avance, ?no?"

  Ella sonrió un poco, todavía con los ojos brillosos por las lágrimas de antes.

  "Sí, supongo que sí. Pero igual... ?Estás seguro de que estás bien con esto? Porque yo no sé si voy a acostumbrarme a verte así".

  "No te preocupes, ya va a crecer".

  Finalmente me puse el sombrero, ajustándolo para que tapara lo más posible.

  "Además, este sombrero lo hiciste vos, así que me lo voy a dejar puesto hasta que me crezca algo decente. No quiero que Pyra o los demás me vean así y se pasen el día burlándose".

  Lucía soltó una risita chiquita, tapándose la boca con una mano.

  "Ay, hijo... Si alguien se burla, yo misma me voy a encargar de que se calle".

  "No sabía que tenía guardaespaldas", murmuré, pero no pude evitar reírme con ella.

  "Obvio que sí".

  Por un segundo, todo ese peso que llevaba encima se sintió más ligero. Lucía estaba viva, la maldición supuestamente se había ido, y aunque ahora parecía un huevo pelado con dos pelos sueltos, seguía en pie. Eso era más de lo que podía pedir después de lo que había pasado.

  Pero algo había cambiado en mí, y no solo el pelo. Sentía una claridad que no tenía antes, como si haber estado tan cerca de perderlo todo me hubiera despertado.

  "Vamos a casa, mami. Tenemos que contarles a los demás sobre la maldición y mi pelo".

  "?En serio? ?Tan rápido?"

  "Sí, pero solo van a saber la parte necesaria de la historia".

  "Ya... Perdón".

  "Ya está, ya está. No hace falta que te sigas disculpando".

  "Bueno, ?vamos?"

  "Sí".

  Me ajusté el sombrero de hojas con cuidado, inclinándolo un poco para que la parte delantera me tapara la frente. No quería que se notara demasiado la falta de cejas, al menos no hasta que yo lo mostrara. Miré a Lucía, que todavía tenía los ojos rojos de tanto llorar, pero ahora había una chispa de alivio en su cara. Le tendí una mano, y ella la tomó sin dudar, apretándola fuerte.

  Empezamos a avanzar por la playa, con el viento cálido pegándonos de frente. Durante esa caminata, la bola de luz de Mirella desapareció.

  De pronto, a lo lejos, vi figuras en la playa frente a una de las paredes de la casa. Eran ellos. Todos ellos. Aya se ubicaba adelante y detrás estaban Rundia, Rin... Bueno, todos. Pero no se veían muy contentos que digamos.

  "Parece que nos están esperando", susurré.

  "Miren quiénes volvieron", escuché que dijo Aya desde la lejanía, y en ese momento Rin, Rundia y Mirella avanzaron hacia nosotros.

  Era hora de poner las cosas sobre la mesa, de una vez por todas.

  "Esperen un momento", dije, levantando una mano para frenarlos.

  Mi voz salió más confiada de lo que esperaba, y eso me dio un poco más de fuerzas para seguir.

  "Antes de que nos reten, hay algo que tienen que saber".

  Mirella no frenó y fue la primera en llegar, flotando a medio metro de mi cara.

  "?Qué te pasa, eh? ?Me dejaste sola!"

  "Perdón por eso, pero hay algo más importante ahora".

  Tomé aire, y con un movimiento lento de mi mano derecha, me quité el sombrero de hojas, dejándolo caer a la arena.

  Un silencio pesado cayó sobre la playa. Rundia soltó un jadeo corto, tapándose la boca con una mano. Rin parpadeó, como si no pudiera creer lo que veía. Mirella se quedó congelada en el aire, con los ojos bien abiertos, y hasta Pyra pareció perder esa cara engreída por un segundo.

  "Esta es mi realidad", dije, mirando a cada uno de ellos a los ojos, uno por uno.

  "El día que vencimos al Rey Demonio, él me puso una maldición, que no sé si recuerdan su significado cuando se los dije a todos, pero una maldición en este caso es ponerle algo malo en el cuerpo a alguien, y el Rey Demonio tenía una magia que podía hacer eso.

  No les conté sobre esto porque no quería preocuparlos más después de tantas cosas malas, porque pensé que podía manejarlo con el tiempo. Pero no pude. Me estaba comiendo vivo, haciéndome perder el pelo, trayéndome dolores que no podía soportar. Lucía lo sabía, y es por eso que estuvo escapándose de casa, para intentar ayudarme. Y definitivamente lo logramos, porque ya no tengo esa maldición".

  Noté que Lucía apretó más mi mano, y eso me hizo tomar coraje para transmitirles un último mensaje.

  "Así que les pido que me disculpen por estar inventando excusas para esquivar sus preguntas, pero también espero que me acepten tal y como estoy ahora, porque quiero que este no solo sea un nuevo comienzo para mí, sino para todos nosotros".

  A pesar de mis palabras, yo ya sabía que lo iban a entender.

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