Después de desayunar y de distender un poco con las charlas en el grupo, nos fuimos directo al entrenamiento. Menos Claire, que hoy no le tocaba en el equipo.
Al principio pensé que iba a ser una de esas sesiones largas de fondo y repeticiones, pero apenas llegamos al campo nos estaban esperando con una estructura montada. Habían armado un circuito nuevo, con obstáculos de madera, zonas marcadas en el suelo, y sensores en las paredes. Nada de eso estaba ahí ayer. A alguien se le había ocurrido complicarnos la ma?ana.
Ese alguien era Donal, claro. Estaba parado a un costado, con las manos a la espalda, observando todo con la misma expresión que usa para dar órdenes o para corregirte la postura del saludo. Impecable, como siempre. Parecía que ni siquiera sudaba.
—?Nos van a evaluar o a torturar? —dijo Owen, acomodándose el vendaje en la mu?eca.
—?Cuál es la diferencia? —le respondí, sin dejar de mirar el circuito. Era grande. Iba a ser agotador.
Llevábamos solo las prendas base del uniforme, sin el equipo de combate completo. Para este tipo de ejercicios, cuando hay madera o superficies ásperas, nos vendaban las manos. Si el recorrido fuera más exigente, usaríamos los guantes del traje defensivo: gruesos pero flexibles, con ese sistema integrado en la mu?eca que libera un alambre metálico. Lo usábamos para impulsarnos en desplazamientos verticales o saltos amplios. El alambre se disparaba desde el antebrazo y se anclaba en alguna estructura sólida. Soportaba nuestro peso y más. Sin los guantes, sería imposible —las quemaduras por fricción te dejan fuera por semanas.
Azrak estaba más adelante, de pie con los brazos cruzados, observando en silencio. No se movía, pero tenía esa forma suya de estar en alerta constante. Se notaba que ya había trazado un plan mental de por dónde iba a entrar, salir, y cuánto le iba a costar. A veces daba la impresión de que no estaba con nosotros, pero no era eso. Estaba en todo.
Nos dividieron en grupos. Anja cayó con Azrak. Yo fui con Owen. Dos por lado, así lo dijo Donal, que ni siquiera nos miró al asignarnos.
—él nunca repite combinaciones —murmuró Owen, mientras nos ajustábamos los sensores al brazo—. Debe tener un Excel en la cabeza.
Me reí, un poco porque tenía razón, y otro poco porque prefería eso a pensar en los saltos que me esperaban.
Donal se acercó al centro y habló en voz alta, sin levantar el tono, pero igual lo escuchamos todos:
—No es una prueba individual. Evalúo cómo se adaptan. Coordinación, lectura del entorno, capacidad de cubrirse entre sí. Si alguno se lesiona, no sigue.
Silencio. Hasta Owen se quedó quieto.
El silbato sonó. No era necesario, pero Donal siempre lo usaba. Como para dejar claro que, desde ese momento, todo contaba.
Owen y yo salimos en paralelo. A nuestra derecha, otras parejas hicieron lo mismo. Al menos éramos ocho equipos esa ma?ana, todos con las manos vendadas, todos con el mismo objetivo: completar el circuito en el menor tiempo posible sin errores. No había nada dicho sobre ganar, pero todos sabíamos que el que destacara se iba a notar.
Los primeros metros eran de entrada en calor: bloques de madera en secuencia, saltos sin perder el ritmo, una zona marcada en rojo que penalizaba si la pisabas. Yo tomé la delantera y Owen se adaptó rápido.
—A la izquierda —le grité, y él no dudó. Se tiró bajo una barra baja y rodó con soltura.
—?Sabías que esto me lo hacían hacer en la escuela, pero con sogas y un silbato que escupía saliva?
—?Y vos terminaste la escuela?
—Más o menos.
Lo ignoré. Ya estábamos alcanzando a otra pareja que había salido más fuerte. Escalamos una pared corta solo con las manos, sin usar piernas. Sentí las vendas tensarse contra la madera áspera. Me ardían los antebrazos, pero llegué arriba sin ayuda. Owen trepó a mi lado, jadeando.
Del otro lado, vi a Azrak y Anja en plena plataforma colgante. Iban parejos, muy coordinados. él no iba solo al frente, como a veces hacía. Se adaptaba al ritmo de Anja, pero sin ceder terreno.
Nos lanzamos al descenso, y ahí vino la parte más dura: un tramo de barras paralelas que exigía fuerza de brazos, seguido por un túnel angosto que te dejaba casi sin aire.
Lo pasamos sin hablar. En ese punto, el cuerpo ya decidía solo.
Y entonces, el muro.
Con el equipo completo, hubiéramos usado los guantes del uniforme. El alambre habría salido desde la mu?eca, directo hacia la cima, y nos habríamos elevado en segundos. Pero ese día era a mano limpia. Sin asistencia. Sin margen de error.
—Yo primero —le dije a Owen. Me dio espacio sin discutir.
Tomé carrera, encajé el pie en una hendidura y trepé con todo lo que tenía. Sentí cómo el cuerpo se despegaba por completo de la estructura por un segundo, y después mis manos encontraron el borde. Me colgué, pateé, y subí.
Vi de reojo a Azrak. Estaba haciendo lo mismo.
Anja y Owen llegaron segundos después. él ayudó a Anja a subir. Yo le ofrecí la mano a Owen, que la aceptó sin hacerse el héroe.
Alcanzamos la cima casi al mismo tiempo. Los cuatro. Y desde arriba vimos al resto todavía peleando en las partes intermedias.
—Puedo decir con toda honestidad que no siento las piernas —dijo Owen, tendido boca arriba.
—No es necesario que lo digas —le contesté, aunque con una sonrisa. Me ardía todo el cuerpo.
Azrak estaba agachado, con la respiración controlada, mirando hacia donde venía el resto. No habló. Pero tampoco se fue.
Estábamos todos de pie, con las manos sobre las rodillas, respirando fuerte. Donal no nos dio ni un segundo de descanso. Estaba parado frente a nosotros, observando cada movimiento, cada respiración. No había euforia en sus ojos, solo la constante evaluación de lo que acabábamos de hacer.
—Bien —comenzó, con su tono firme, pero sin dejar espacio para dudas—. Todos han completado el circuito. Eso es lo que esperaba. Pero no quiero oír felicitaciones por hacer lo mínimo.
La tensión aumentó al instante. Sabíamos que venía lo duro.
—Azrak… —empezó, sin apartar la mirada—, tu capacidad para moverte rápidamente es impresionante, pero te vi relajado en algunas partes. No dejaste de moverte, pero no estabas al límite. Y en este tipo de entrenamientos, si no estás al 100% en todo momento, no estás entrenando, solo estás pasando por el proceso. Tienes que llevar tu agilidad más allá.
Azrak apenas hizo una leve inclinación de cabeza. No le gustaba ser cuestionado, pero sabía que Donal tenía razón.
—Anya, no voy a mentir, tu reacción ante los obstáculos es casi perfecta. Pero ?qué pasa cuando no se trata de esquivar? Estuve observando cómo te lanzaste sin pensar en el ángulo, y eso, aunque no te costó hoy, podría ser un problema en combate real. Necesitas empezar a tomar más decisiones en fracciones de segundo. Cada segundo cuenta.
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Anja asintió con más seriedad. Sabía que Donal no hablaba por hablar.
Luego, Donal pasó a Owen, y su mirada se endureció aún más.
—Owen, no cabe duda de tu fuerza. Pero el ritmo es una cosa, y otra es la resistencia mental. En algunas partes, vi que te frenaste, como si te estuvieras ahorrando para lo que venía. Eso está bien en ciertas situaciones, pero no aquí. No puedes permitirte bajar el ritmo en medio de la dificultad. La concentración se pierde, y con eso, todo el entrenamiento pierde efectividad.
Owen no respondió de inmediato, pero sus ojos se endurecieron. Sabía que podía hacerlo mejor.
Finalmente, Donal se dirigió a mí.
—Franca… —dijo, y mi estómago dio un vuelco—. No me malinterpretes. Tus movimientos son sólidos, pero hoy te vi no arriesgar lo suficiente. No es solo llegar, es llegar con la máxima eficiencia. Vi que guardaste algo de energía, y si de verdad quieres estar al nivel de los mejores, tienes que aprender a no tener miedo de ir más allá. Cuando pienses que ya no puedes más, empuja un poco más.
Me quedé en silencio. Sabía que Donal tenía razón, pero también lo agradecía. Me empujaba a un nivel más alto.
Donal hizo una pausa, observándonos a todos.
—Están aquí por una razón: son buenos, pero eso no es suficiente. El potencial no sirve de nada si no están dispuestos a explotarlo. Este circuito fue fácil para ustedes, lo sé. Pero la próxima vez, será más duro. No vengan aquí a pasar el rato. Vengan a superarse, o dejen el lugar para alguien que lo haga.
El tono de Donal se hizo aún más desafiante.
—Si de verdad quieren ser los mejores, tendrán que trabajar mucho más. Nadie va a regalarles nada, y si creen que ya llegaron al límite, piénsenlo otra vez. Porque si siguen jugando a hacer lo mínimo, pronto estarán en el fondo de la fila.
Hubo un momento de silencio, y luego, como era de esperar, Owen rompió la tensión.
—Genial. ?Algún otro comentario, o pasamos al próximo?
Donal lo miró, un destello de aprobación cruzando su mirada.
—Recuperación. Luego, si están tan confiados, pueden intentar el desafío que tengo preparado. Pero no vengan con excusas si no lo completan. Este es el tipo de entrenamiento que separa a los buenos de los mejores.
Nos miramos entre nosotros. Sabíamos que lo que venía no sería nada fácil, pero eso era lo que nos motivaba. Nadie aquí se conformaba con lo que ya sabíamos hacer. Queríamos más.
Después del largo entrenamiento, me fui a mi habitación. Ya era hora de ducharme y el resto hizo lo mismo, con el sonido de los pasos de los demás retumbando por los pasillos del complejo. El sudor aún corría por mi frente, y aunque estaba agotada, sabía que la recuperación era clave. Hoy no me tocaba entrenar a Giovanni, lo cual era un alivio. Al parecer, según lo que había hablado con Donal, le tocaba a partir de la semana que viene. Por lo tanto, me quedaba al menos una semana libre antes de empezar los turnos dobles para el entrenamiento del ni?o.
Una semana, pensé. Aunque me gustaba la idea de tener un descanso, también sabía que no iba a ser fácil. Los turnos dobles no eran precisamente relajantes, y tener que ajustar mi ritmo de entrenamiento para adaptarme al ni?o sería un desafío. Pero también sabía que, al final de todo, cada minuto de esfuerzo me acercaba más a mis objetivos. Al menos tenía ese tiempo para prepararme.
Me eché un vistazo al espejo mientras me quitaba el uniforme, tratando de no pensar demasiado en lo que vendría. Cada día era una nueva prueba, pero siempre con la mirada fija en lo que se necesitaba hacer.
?
Después de la ducha, lo único que quería era caer en la cama. El entrenamiento me había dejado sin energía y sentía cada músculo tenso, al borde del calambre. Ya había apagado la luz de la habitación cuando escuché el sonido suave de unos nudillos contra la puerta.
—Franca —era la voz de Anya, apagada pero clara—, ?vas a venir?
Me senté en la cama, todavía con el pelo húmedo. Me tomó unos segundos entender a qué se refería.
—?A dónde?
—Al bar subterráneo. Van casi todos. No va a ser una locura, solo una ronda o dos. Vamos, antes de que empiecen a cerrar la entrada.
Solté un suspiro. No tenía muchas ganas, pero algo en su tono —esa mezcla de invitación y camaradería— me hizo dudar.
—Dame cinco —respondí.
El bar subterráneo era un secreto a voces. Estaba ubicado justo por debajo de la plataforma principal de entrenamiento, construido en su momento para funciones más logísticas, pero readaptado con el tiempo para ese uso extraoficial. No aparecía en ningún mapa institucional ni en los informes, pero todos sabíamos que estaba ahí. Era parte del ecosistema militar: un espacio para descargar, relajarse y simplemente respirar fuera del entrenamiento.
Solo se abría en ciertos momentos, cuando los superiores no estaban de guardia o no se encontraban en la base. Era claro: no entraban cadetes, y mucho menos menores. Solo quienes ya habíamos pasado cierto umbral de experiencia teníamos acceso, y aún así, siempre con discreción.
Bajamos por un corredor lateral, hasta una puerta sin marcas, de metal oscuro. La escalera descendía en espiral, ligeramente oxidada, y el aire empezaba a cambiar a medida que uno bajaba. Al llegar, lo primero que notabas era la luz: nada de tubos fluorescentes o pantallas blancas. Solo lámparas colgantes, con luz cálida, tirando al ámbar. Iluminaban lo justo. El lugar tenía una mezcla de lo improvisado y lo pintoresco: paredes de concreto sin terminar del todo, mesas de metal recicladas, bancos desparejos, pero cada rincón tenía algo que lo volvía íntimo.
En una esquina sonaba música vieja, de esas que nadie recuerda cómo llegaron ahí, y al fondo, la barra improvisada tenía una fila corta de botellas alineadas. No era un lujo, pero era nuestro.
Owen ya estaba sentado con un vaso en la mano, charlando con dos soldados de otro grupo. Anya se adelantó y fue directo hacia él, y yo me quedé un segundo observando. No estaba segura de cuánto quería estar ahí… pero al mismo tiempo, no me molestaba. Sabía que no tomaría alcohol, pero algo en la atmósfera relajada me atraía.
Poco después, Claire entró con dos soldados. Los reconocí: Nick y Damián, parte de otro equipo, pero cercanos a nuestro grupo. Nick, con su usual expresión confiada, y Damián, siempre más callado, con una mirada analítica.
Anya y Owen los saludaron con una sonrisa, mientras yo me acercaba al fondo del bar. Aunque no tomaba alcohol, la compa?ía y el ambiente eran lo suficientemente cómodos como para quedarme un rato. Mientras me acomodaba en una esquina, observaba cómo todos se relajaban, hablando de cosas que nada tenían que ver con la disciplina militar. Era un descanso merecido, aunque efímero.
Había logrado encontrar una esquina tranquila, apenas iluminada por una lámpara colgante con luz cálida. El vaso de agua en la mano todavía tenía unas gotas frías deslizándose por el borde. Desde ahí podía ver a Owen haciendo su show habitual, a Anya y Claire riendo por algo que Nick había dicho, y a Damián… bueno, siendo Damián, serio hasta cuando el ambiente era todo lo contrario.
Estaba por hundirme del todo en esa especie de pausa cómoda cuando los vi entrar.
Donal fue el primero en aparecer, caminando como si el lugar fuera suyo, aunque técnicamente no lo fuera. Azrak venía a su lado, más relajado, las manos en los bolsillos y la mirada recorriendo el lugar sin apuro. Kika cerraba la formación, con una campera marrón clara y ese andar seguro que tenía incluso cuando no llevaba uniforme. Se notaba que venían de trabajar, distintos a los demás que ya estábamos más desarmados. Más humanos.
—Mirá quiénes llegaron —dijo Owen, alzando un poco la voz mientras Donal y los otros se acercaban—. Los adultos responsables.
—Nos estás espiando desde esa esquina o simplemente no te gusta la gente? —tiró Donal de golpe, mirándome sin rodeos. No se acercó, pero el comentario cruzó todo el bar como si sí lo hubiera hecho.
—Un poco de ambas —le contesté sin moverme, levantando el vaso en su dirección con una media sonrisa.
—Siempre tan cálida —siguió él, divertido.
Azrak apenas giró la cabeza hacia mí. Me sostuvo la mirada y luego asintió con una leve sonrisa, casi imperceptible. No hizo falta más. Ese gesto, sencillo, bastó para descolocarme un segundo. No era incómodo, pero sí… difícil de clasificar.
—?Sabés qué pasa, Donal? —dijo Owen, apoyándose hacia atrás en la silla—. Franca se vuelve sociable solo si estamos en peligro de muerte. En situaciones normales, es todo un misterio.
—Me gusta mantener el estándar —acoté.
—Una lógica razonable —dijo Kika, mientras se acomodaba con naturalidad en una de las sillas. Cruzó las piernas con elegancia y se soltó el cabello como si acabara de terminar un desfile en vez de una jornada laboral.
—?Y vos, Kika? —preguntó Nick, curioso—. ?Venís a relajarte o a controlar a la tropa?
—Un poco de ambas —respondió ella, con la misma ironía que yo había usado antes—. Aunque sinceramente prefiero esto antes que escuchar a uno más decir que “no siento las piernas” después de una entrada en calor.
—Por suerte no soy uno de esos —dijo Damián, levantando las manos.
—Por suerte para vos —remató Kika.
El grupo rió, relajado. Algunas risas eran más sonoras, otras solo se escapaban por la nariz, pero en ese momento no parecía importar.
Me recosté un poco contra la pared. No necesitaba más. Desde ahí, estaba bien.
Azrak pasó frente a mí rumbo a la barra. Bajó un poco el mentón y se?aló mi vaso.
—?Nada fuerte?
Negué con la cabeza.
—Nunca. Ni una gota.
—Bien —dijo él—. Alguien tiene que mantener la memoria intacta.
—Y de paso, guardar secretos ajenos —a?adí.
Sonrió apenas y siguió su camino.
Volví a apoyar la espalda contra la pared, mientras el grupo seguía conversando con ese tono bajo, lleno de risas cortas y comentarios lanzados al aire sin mucho filtro.
Azrak regresó con un vaso en la mano y se quedó cerca, sin decir nada al principio. Se sentó al lado, lo justo para estar dentro del grupo, lo suficiente para que no pareciera algo planeado.
—?Qué trajiste? —preguntó Claire, estirando un poco el cuello para mirar el vaso.
—Agua —respondió él, como si fuera una elección más.
—Mirá qué responsable —dijo Nick—. Yo ya estaría en la tercera ronda si no fuera por ma?ana.
—Ma?ana igual no va a importar mucho si dormimos poco —comentó Anya—. Donal seguro nos hace correr como si estuviéramos en entrenamiento básico.
—Es su manera de mostrarnos cari?o —acotó Owen, mientras giraba el vaso en la mesa.
—No les parece tan terrible cuando terminan el circuito con buenos tiempos —dijo Donal, que se había mantenido más al margen hasta ese momento—. Pero sí, pueden culparme igual. Me da lo mismo.
—?Nos estás dando permiso oficial para quejarnos de vos? —pregunté, sin moverme mucho.
—Siempre lo tuvieron —contestó él, y brindó en el aire con el vaso vacío.
La charla siguió, con Owen contando una historia que parecía haber exagerado a propósito. Claire lo interrumpía a la mitad con detalles que no coincidían y Nick lo respaldaba solo por diversión. Kika observaba todo con una sonrisa casi imperceptible, mientras jugaba con el borde de su copa. Anya apoyó el mentón en una mano, como si ya supiera cómo iba a terminar todo ese relato.
Azrak no decía mucho, pero cuando lo hacía, era justo. Un comentario corto que hacía reír a Claire o una respuesta rápida a Nick que cortaba el chiste en el momento justo.
Yo escuchaba, entre metida y no. No hacía falta más.
En algún momento, mientras Owen se perdía en una descripción larguísima de una misión que todos conocíamos, Azrak murmuró, apenas audible, solo para mí:
—No fue así.
—Lo sé —le dije, sin mirarlo, con una sonrisa que tampoco necesitaba ser vista.
Y seguimos escuchando.