Capítulo 2 - Parte 2
Después de salir de la reunión, pensaba quedarme a hablar con mis compa?eros, o al menos con Donal. Pero, por supuesto, él se encargó rápidamente de evitar que eso sucediera. Así que opté por caminar por los pasillos de la institución que, siendo sincera, siempre me parecieron sacados de una película. No sé cómo explicarlo, pero me encantaban.
El piso de madera crujía con cada paso, las grandes ventanas dejaban entrar el sol sin pedir permiso, dándole al ambiente una calidez especial. Las paredes, blancas y revestidas hasta la mitad con planchas de madera oscura, daban una sensación de orden y tradición. Cada pasillo tenía dos lámparas de ara?a colgando del techo, que lo hacían verse imponente y fantástico a la vez. Las puertas altas, de madera maciza, estaban medio cerradas, y al pasar por delante no era difícil escuchar lo que ocurría en el interior de las aulas.
Después de caminar unos pasos, me detuve al escuchar una clase. Era una de primero o segundo a?o, y estaban hablando sobre lo que nosotros llamamos “El comienzo del todo”: los inicios de la gran guerra. Me quedé fuera del aula, atenta a la voz de la profesora, sabiendo que inevitablemente eso despertaría recuerdos.
—?Cómo llegamos a esto? ?Cómo comenzó todo? —preguntó con voz suave pero firme.
—Si tuviéramos que hacer un breve resumen, diríamos que todo comenzó con las guerras en Medio Oriente —continuó, se?alando un mapa con una varilla.
—Los grupos que perseguían a religiones opuestas habían establecido facciones en todos los continentes —hizo una breve pausa antes de seguir—. No había lugar donde no estuvieran. Con la figura del Papa desdibujada, más aún tras la muerte del anterior, hacía a?os que quienes respondían al papado habían comenzado a decaer.
—Los judíos intentaban a toda costa minimizar las muertes y buscar acuerdos de paz, mientras que el cristianismo y el catolicismo parecían perdidos, tanto por fuera como por dentro. Cada uno de ellos estaba perdiendo la batalla de valores y principios que había llevado siglos construir.
—Solo fue cuestión de tiempo para que los ataques terroristas se intensificaran y las víctimas se vieran obligadas a unirse, aun a costa de perder momentáneamente sus soberanías.
—El idioma elegido para la comunicación fue el inglés. Cada quien mantiene su lengua de origen, pero entendernos entre todos era —y sigue siendo— fundamental.
En ese momento dejé de escuchar. No porque no fuera cierto lo que decía, sino porque también sabía que había partes que se omiten.
Me levanté del banco de madera al lado del aula, y fue entonces cuando noté que no estaba sola. Azrak y Owen también estaban allí. Al parecer, no era la única fascinada por la clase de historia.
Como era de esperarse, mis mejillas se ti?eron de rojo. No era un secreto mi enamoramiento por Azrak, aunque nunca recibí ni una mínima se?al de interés por su parte. Así que, con el tiempo, había optado por dejarlo atrás y enfocarme en mis responsabilidades, intentando que esa atracción no se notara.
No es que nadie me haya invitado a salir, o que yo no lo haya intentado. Pero nada había pasado de un café y una charla agradable. Y no podía seguir ilusionando a alguien si no sentía lo mismo. Tal vez este a?o, por fin, logre olvidar a Azrak y seguir con mi vida. Por ahora, estoy en camino.
Decidí saludarlos. Antes no había tenido ocasión.
—Buenos días… ?ya desayunaron? —pregunté, maldiciendo en mi cabeza lo torpe que sonó mi voz.
—Buenos días, Franca. Todavía no —respondió Owen
Owen era de estatura media-alta, con la tez negra y el cabello corto —más por reglamento que por gusto. Tenía los ojos en un punto justo, ni demasiado grandes ni peque?os, y su sonrisa era contagiosa, de esas que te sacan una sin que te des cuenta. Tenía un buen físico, como todos nosotros, resultado del entrenamiento constante, pero lo que más destacaba en él era su carácter: era, sin dudas, una de las personas más dulces y agradables que podías encontrarte, junto con algunas de las chicas del grupo. Tenía ese algo que hacía que uno se sintiera cómodo incluso en los días más duros.
Azrak, en cambio, saludó con un leve asentimiento de cabeza.
—Buenos días —dijo con voz grave, sin levantar mucho el tono.
él era así. Imponente, siempre firme, como si su sola presencia bastara para ordenar el entorno. Pero no era uno de esos tipos que daban vergüenza ajena con su seriedad excesiva o que se creían una estatua viviente. No, Azrak tenía algo más auténtico. Serio, sí. Contenido, también. Pero lejos de ser frío o inaccesible. Tenía una manera directa de hablar, sin vueltas, sin adornos innecesarios, pero con una seguridad que hacía que uno quisiera escucharlo. Su silencio no era desinterés: era precisión.
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—Estabas escuchando la clase de historia, ?no? —preguntó Owen, medio divertido, cruzando los brazos—. Sabía que no era casualidad verte justo ahí.
Me encogí de hombros, sin negar nada.
—Era una buena clase —dije simplemente.
Y lo era. La historia, la teoría detrás de la guerra, la estructura del conflicto… todo eso me interesaba de verdad. No solo porque formaba parte de nuestra vida diaria, sino porque entenderlo me ayudaba a moverme mejor dentro de este mundo. No era algo que estudiaba por obligación, me nacía prestarle atención.
—Vos serías capaz de hacer un mapa táctico hasta dormida —dijo Owen, entre risas.
—Sí —agregó Azrak, con ese tono sobrio de siempre, aunque había en su voz un dejo sutil de reconocimiento—. Y lo haría bien.
Ese tipo de comentarios, viniendo de él, eran como medallas. No necesitaba exagerar nada para que sus palabras pesaran. Lo miré un instante más de lo necesario, y me obligué a desviar la vista.
No pude evitar esbozar una sonrisa, aunque me la guardé rápido. No porque no me gustara el reconocimiento, sino porque él lo decía con tanta naturalidad que parecía no saber el efecto que tenía. Owen levantó las cejas, divertido.
—Bueno, bueno, eso sí que es un halago. Si viene de Azrak, más te vale atesorarlo —bromeó, dándome un codazo suave con el hombro.
—Ya lo estoy enmarcando mentalmente —respondí, esta vez sí sonriendo.
En ese momento, se escuchó el sonido característico de unos pasos marcados y constantes. Claire apareció desde el fondo del pasillo, con su andar recto y elegante. Llevaba el cabello recogido en una trenza impecable que le caía por la espalda, y en la mano izquierda sostenía una carpeta cerrada.
—Ah, están todos los matutinos acá —comentó con tono burlón, alzando apenas una ceja—. No podía faltar el club de los responsables.
—Faltás vos nomás, Claire, y estamos completos —le dijo Owen, riendo.
—No me compares, por favor. Yo llego temprano por obligación, no por placer —respondió mientras se unía al peque?o grupo.
Claire tenía un estilo más sarcástico, pero se notaba que nos apreciaba. Tenía una inteligencia filosa, siempre lista para cortar con un comentario bien dirigido, aunque nunca cruel. Era parte del alma del grupo, sin duda.
—Estábamos hablando de la clase de historia —le comenté, por si se sumaba al tema.
—?Otra vez? Estás obsesionada, Franca. Te voy a traer un libro de almohada, por si no podés dormir —bromeó, aunque sin malicia.
—Me interesa, eso es todo —dije encogiéndome de hombros.
—Y menos mal que te interesa. Vos sabés que yo no paso de la tercera línea sin distraerme —confesó Owen.
—A vos te ponen a leer el manual de campo y encontrás formas de convertirlo en un poema —agregué, riendo.
—No lo descartes, puede ser mi próximo proyecto —dijo, dramático, haciendo un gesto amplio con las manos como si recitara algo profundo.
Todos reímos.
El ambiente entre nosotros, en ese momento, era liviano, sincero. Una peque?a burbuja dentro del caos que representaba nuestra rutina habitual. Ahí estaba nuestro equilibrio. Cada uno con su forma de ser, cada uno cumpliendo su rol. Y aunque sabíamos que en cualquier momento sonarían órdenes o cambiaría el clima, en esa ma?ana todo parecía estar exactamente en su lugar.
Owen fue el primero en decirlo, justo cuando la charla ya se deshilachaba entre risas.
—?Vamos al comedor? Prefiero enfrentarme al parque con algo de comida en el cuerpo. Por lo menos que las caídas tengan sentido —comentó, y Claire soltó una risa breve.
Nos pusimos en marcha. El sol ya ba?aba los pasillos con una calidez que contrastaba con el ritmo marcial de nuestra rutina. Caminamos juntos, sin hablar demasiado, como si todos estuviéramos reservando energía para el día. El comedor estaba medio lleno, con ese murmullo constante de conversaciones entrecruzadas, cubiertos y tazas. El aire olía a café fuerte, carne cocida y especias suaves. Había huevos, leche, vegetales grillados, algo de pescado. Todo lo necesario para no desfallecer antes del mediodía.
Nos sentamos cerca de una ventana. Owen eligió mi derecha; Claire se acomodó frente a él. Y Azraq, sin decir nada, se sentó justo enfrente de mí. La mirada se nos cruzó apenas, sin sonrisa ni saludo. Solo ese momento suspendido en el que dos personas se reconocen sin necesidad de palabras.
—?Dormiste algo, Azraq? —preguntó Owen mientras se servía con entusiasmo.
—Lo justo —respondió él, sirviéndose con precisión. Su plato parecía milimétricamente balanceado: una porción de carne, dos huevos, vegetales. Nada fuera de lugar.
—?Y vos, Franca? —intervino Claire, sonriendo desde su taza—. ?Qué clase te toca hoy?
—Solo una esta tarde. Tercer a?o, estrategia y lectura de campo.
—Qué horror —bromeó Owen—. Espero que no seas de las que toman prueba sorpresa.
—Depende —contesté, llevándome un bocado a la boca—. Si están muy dispersos, sí. Pero la mayoría es buena.
Azraq habló sin levantar la vista.
—Tus alumnos te respetan. Lo noté ayer.
—Es mutuo —dije, sin pensarlo demasiado. Y después bajé la mirada.
Por un momento, no hubo más sonido que el de los cubiertos.
—Siempre te gustó más la parte teórica que el entrenamiento físico —dijo él entonces, como si estuviéramos retomando una conversación vieja.
Levanté los ojos y lo miré directo.
—Me gustan ambas. Solo que a la teoría no le duele el cuerpo después.
Claire se rió muy bajito. Owen disimuló una carcajada detrás de su taza.
—No parece que te duela mucho cuando nos hacés volar por el aire —dijo él, teatral—. A veces pienso que te divertís demasiado.
Me encogí de hombros con una sonrisa.
—Quizá sí. Un poco.
Azraq la sostuvo. La sonrisa. Fue apenas un segundo, pero se le marcó levemente en la comisura, como si se le hubiera escapado.
—?Y vos, Claire? —pregunté, cambiando el foco—. ?Entrenás hoy?
—Solo después de mediodía. Esta ma?ana estoy con análisis de patrones. Muy emocionante.
—Mentís mal —comentó Owen, y todos reímos.
El resto del desayuno pasó entre charlas suaves. Sin dramatismos, sin palabras de más. Pero cada tanto, yo levantaba la vista y ahí estaba él. Azraq. Observándome. Como si entendiera cosas que yo todavía no tenía del todo claras. Como si supiera que, a veces, el silencio dice mucho más que una frase calculada.
Y yo no iba a decir nada. Pero tampoco iba a fingir que no lo notaba.