Capítulo 1
Cinco a?os.
Cinco a?os desde que empezó la guerra.
Cinco a?os donde únicamente en este mundo caben dos ideologías, pero solo una puede ganar y subsistir en él.
De un lado, la libertad y la vida.
Del otro, la sumisión y el terror.
Apoyo la cabeza contra la ventana fría y observo las calles destruidas pasar a mi lado. El traqueteo del colectivo militar hace temblar las manijas del techo, donde algunos de mis compa?eros se sostienen con manos firmes, acostumbrados ya al vaivén del vehículo. No hay asientos para todos.
La luz blanca y tenue ilumina los rostros de quienes han peleado a mi lado. Ojeras marcadas, miradas perdidas, piel cubierta de sudor y polvo. Algunos tienen cortes en la cara, otros la sangre seca de un enemigo en la ropa. Hombres y mujeres de diferentes edades, nacionalidades, pero todos unidos por el mismo juramento, por la misma lucha. Son mi familia.
Mi uniforme está sucio, rasgado en un par de lugares. Puedo sentir la costra de sangre en mi brazo, pegándose a mi piel. No sé si es mía o de otro. Y, por primera vez en todo el día, me permito cerrar los ojos, aunque sea por un momento.
El golpe seco del colectivo militar al pasar por una loma de burro me sacude con brusquedad. Abro los ojos otra vez.
Mi mirada se clava en el cadete sentado más adelante.
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16 a?os.
Demasiado joven para estar aquí.
Tiene el cabello casta?o rojizo, un tono que bajo la luz mortecina del vehículo parece más cobrizo. En su rostro, unas pocas pecas resaltan sobre la piel curtida por el sol y la tierra. No es del todo pálido; su piel tiene un matiz anaranjado, como si el calor de la guerra también lo hubiera marcado.
Sus ojos son una contradicción. Dulces, pero al mismo tiempo desafiantes. Como si dentro de él todavía quedara algo de ingenuidad, pero la realidad lo estuviera obligando a dejarla atrás. Es alto para su edad, aunque no demasiado. Apenas un poco más que el promedio. Lo suficiente como para que, si lo mirás rápido, puedas confundirlo con un soldado más. Pero no lo es.
Todavía no.
Su uniforme está sucio, igual que el mío. Manchas de polvo, sudor y sangre seca marcan la tela. Sus manos, manchadas de tierra, se aferran al fusil como si todavía no entendiera qué hacer con él.
—Ellos no van a dudar. Por ende, vos tampoco.
La voz firme rompe el silencio.
El cadete se tensa. Yo también.
La frialdad en sus palabras me resulta familiar. Demasiado familiar.
—?Entendiste?
El chico asiente sin levantar la cabeza.
Yo suelto un suspiro y vuelvo a apoyar la cabeza contra la ventana. Afuera, la ciudad destruida pasa en destellos de luz tenue.
El trayecto continúa en el mismo silencio. Nadie habla, nadie se queja. A estas alturas, el cansancio pesa más que cualquier palabra.
El colectivo se detiene. Se abren las puertas y el aire helado entra de golpe..
Bajamos en orden. Los soldados que estaban de pie ceden el paso primero. Luego los demás. Mis botas pisan el suelo firme y siento el cambio de temperatura en mi cara.
Frente a nosotros, las luces de la base militar rompen la penumbra. Más adelante, los edificios de concreto con sus ventanas iluminadas nos esperan. Habitaciones, comedor, salas de estrategia. No es solo una base. Es nuestro hogar.
Algunos soldados caminan directo hacia su descanso. Otros se quedan unos segundos ahí, como si necesitaran recuperar el aliento antes de seguir adelante.
Me subo el cierre del abrigo y camino sin apurarme. Estoy cansada. Todos lo estamos.
Pero ma?ana… ma?ana seguimos.