home

search

Episodio 1: Cruda Realidad

  El suelo temblaba, no por bombas ni por el movimiento de las placas tectónicas, sino por las miles y miles de pisadas de soldados marchando hacia una revolución que cambiaría el curso de la historia tal como la conocíamos.

  La lluvia acompa?aba cada paso, como si el cielo mismo llorara por los caídos. Cada soldado tenía una única cosa en mente: recuperar aquello que le había sido arrebatado a la humanidad... el sentido de ser humano.

  POV de personaje desconocido

  El sonido del metal chocando fue el catalizador que me devolvió a la cruda realidad. El hedor a pólvora y carne chamuscada se impregnaba en el aire, volviéndolo pesado, casi asfixiante.

  Gritos de dolor y espadas cruzándose llenaban el ambiente, una sinfonía de guerra que no conocía tregua.

  Me encontraba en el peor lugar posible: frente a la persona más despreciable que haya pisado este mundo. El autoproclamado "Elegido", el "Profeta". Un humano que se hacía llamar dios, un falso guía que sólo condujo a nuestra especie al borde de la extinción.

  Esquivé por instinto un tajo que por poco me arranca la cabeza. El filo de su espada silbó al rozar mi oído, levantando un leve soplo de aire frío.

  Al notar que bajó la guardia por unos segundos, intenté una barrida seguida de un pu?etazo, pero logró esquivarlo saltando hacia atrás.

  —?En serio, eso es todo lo que tienes? —dijo el Profeta mientras balanceaba su espada—. Pensé que, tras tantos a?os intentando deshacerme de ti y de tu maldita revolución... ?cómo se llamaban? Ah, sí, ya me acuerdo: la Insurgencia.

  —?Cállate y vete al demonio! —le respondí, desenfundando mi espada antes de correr hacia él y lanzarle un tajo horizontal, que bloqueó con facilidad. Me devolvió un golpe vertical que esquivé por poco, y aproveché para lanzarle un gancho derecho al estómago.

  Sonreí por dentro y le propiné una patada en la quijada.

  —Toma, por confiado —murmuré mientras recogía mi espada del suelo.

  —Sabes... —dije, respondiendo a su pregunta anterior mientras estiraba el cuello y cerraba los ojos por un segundo—. Si algo aprendí durante todos estos a?os que intentaste matarme... es que eres una verdadera molestia.

  Inhalé profundamente.

  —Calur.

  El tiempo se detiene.

  ?Quién iba a pensar que a los dioses de nuestro mundo les interesaría tanto nuestro sufrimiento como para regalarnos armas… armas para matarnos entre nosotros mismos?

  Mientras caminaba lento pero firme hacia él, con la intención de cortarle el cuello, algo me paralizó: una voz.

  Yo conozco esa voz.

  —Marcois.

  —Matias... Matias… Matías, ?qué haces aquí, viejo amigo? Veo que sigues utilizando el único ojo que te queda. Qué lástima que tu transmisor no funcione del todo sin los dos ojos —dijo mientras se rascaba la barbilla—. Fui yo quien te quitó ese ojo, ?verdad?

  Los transmisores fueron las armas que nos otorgaron los dioses.

  Yo poseía el Ojo Divino, capaz de… bueno, detener el tiempo.

  Era irónico: cada vez que la humanidad obtenía algo para mejorar, acababa usándolo en su propia contra.

  —Esa vez, que yo recuerde, no saliste muy ileso —a?adió, justo cuando tuve que girar la cabeza hacia la derecha para esquivar una daga. Era el Profeta, molesto.

  El tiempo vuelve a fluir.

  Mi único ojo lloraba. No lágrimas normales, sino sangre.

  Sangre de un dolor que fui condenado a cargar.

  Fueron mis propias acciones las que llevaron todo hasta aquí… pero, igual, ?para qué pensarlo?

  No hay vuelta atrás.

  —Genial, dos contra uno… —suspiré como nunca lo había hecho antes. Luego agarré el mango de mi espada con fuerza… y salté al ataque.

  Mientras las espadas chocaban en todas direcciones, el sonido de las explosiones nos acompa?aba.

  Una sinfonía de caos.

  Nuestra danza. Nuestra orquesta. Nuestro baile.

  Boom.

  Esquivé un intento de cortarme la pierna, para luego dar un tajo que fue devuelto con el doble de fuerza por el Profeta.

  Tuve que agacharme a tiempo para esquivar una patada de Marcois, soltando mi espada en el aire mientras hacía una barrida que lo mandó a estrellarse contra el suelo.

  Boom.

  Al saltar hacia atrás, recogí mi espada que aún flotaba en el aire. Me agarré el ojo con una mano y susurré:

  Stolen from its rightful place, this narrative is not meant to be on Amazon; report any sightings.

  —Calur.

  El tiempo se detiene.

  —Aquí el único al que no le afecta el tiempo detenido eres tú, Marcois. Será mejor matarte rápido —le dije, apoyándome en una rodilla mientras me sujetaba la cabeza.

  —Veremos si lo logras, Campeón Castleboard —respondió.

  Sus palabras, a pesar de no ser un arma, se sentían tan… hirientes. Dolía tener en la mente los recuerdos de tus seres queridos muertos.

  Tu padre, en tus brazos, pidiéndote que cuides de tu madre y hermana.

  Tu hermana, moribunda, pidiendo ayuda… sin que pudieras hacer nada.

  Y tu madre, llorando, viéndote partir con odio en los ojos.

  Con lo único que rondaba en tu mente: una sola palabra.

  Venganza.

  Alcé la cabeza para llorar, esta vez de dolor.

  Dolor por no haber podido decirles adiós.

  Fui un idiota al pensar que tener un título me daba el poder para protegerlos a todos.

  Apreté los dientes con una fuerza descomunal.

  No sentía dolor.

  No sentía miedo.

  Solo quedaba el deber de cumplir con lo que significa ser un Campeón.

  —Te mataré, viejo amigo —le dije a Marcois mientras me ponía en posición de combate.

  Ambos salimos disparados, con la mentalidad de matarnos el uno al otro.

  Cuando dos hojas caen del mismo árbol…

  siempre debe haber un ganador.

  El tiempo vuelve a fluir.

  Boom.

  Una espada goteaba sangre… pero esa sangre no era mía.

  Al mirar a Marcois a los ojos, no vi odio… sino tranquilidad.

  Una sonrisa fue lo que me recibió.

  —Jajaja… veo que me ganaste —me dijo, para luego tocarme la cabeza y juntar su frente con la mía—. Cuídate, Matias.

  Saqué mi espada lentamente, con manos temblorosas, y lo dejé caer al suelo.

  —Ahora sigues tú —le dije al Profeta, apuntándole con la espada mientras sentía todas mis emociones recorrer mi frágil y débil cuerpo.

  Pues soy un humano… no una máquina, ni un dios.

  El Profeta alzó la cabeza con una sonrisa sádica, estallando en carcajadas antes de pronunciar unas palabras que solo avivaron mi determinación de acabar con todo.

  —Matias, eres un idiota. ?Por qué lloras por él? Solo es una simple vida más.

  Pensé que ya habías perdido demasiado como para seguir sufriendo por más pérdidas —se cubrió la cara con una mano, y luego me miró a los ojos con arrogancia—.

  Créeme cuando te digo que tengo el corazón más frío que el hielo…

  La razón por la que me duele, es porque aún conservo esos sentimientos que me mantienen arraigado a lo que soy.

  Sin decir una palabra más, corrí hacia él.

  El tiempo se sentía pesado, lento, como si algo tratara de decirme algo.

  Pero no era el Calur.

  No era yo.

  Nuestras espadas se cruzaban como una sinfonía melodiosa, suave… pero poderosa.

  Cada vez que las chispas salían al chocar nuestras hojas, mis brazos sentían el peso de esta batalla.

  En un momento dado, vi una apertura en su guardia baja.

  No lo pensé dos veces.

  Me lancé directo a acabar con él.

  Escuché cómo la carne era cortada.

  Y luego lo vi caer.

  Lo había logrado. Tras tantos a?os de sufrimiento… esto por fin se acabó.

  Pero…

  ?Por qué se siente tan amarga esta victoria?

  Bajé mi brazo derecho, me toqué el estómago… y vi sangre en mi mano.

  Cuando miré mejor, había un hueco.

  Podía ver el suelo detrás de mí.

  Escupí sangre.

  —Calur.

  El tiempo se detiene.

  Antes de hacer cualquier cosa para salvarme, fui directo a ver el estado del Profeta.

  No estaba para nada mejor que yo.

  Qué loco…

  Pensaba que iba a poder vivir para ver el mundo que logré construir.

  Con las únicas fuerzas que me quedaban, caminé hacia el trono del Profeta.

  El piso estaba manchado con mi sangre… y la de los dos que yacían en el suelo.

  Me senté en el trono.

  Dejé que todo mi cuerpo se relajara.

  Que sintiera lo que tuviera que sentir.

  Yo ya había cumplido mi deber.

  —Lo… logré —susurré—.

  Padres… hermana…

  El tiempo vuelve a fluir.

  Lo último que escuché, además de mi aliento, fueron los sonidos de trompetas y vítores.

  Anunciaban nuestra victoria.

  Una victoria que traería consigo la paz…

  Cuántas guerras tuvimos que enfrentar los humanos para llegar a esto…

  Poco a poco, mis ojos se cerraron.

  Mi cuerpo se debilitó cada vez más.

  La chispa de mi vida se desvanecía lentamente…

  Hasta que, finalmente, cerré los ojos.

  Yo morí.

Recommended Popular Novels